—¿Qué está pasando aquí? —repitió, acercándose—. ¿Qué es eso de rajar a nadie?
—¿De dónde sale este? —preguntó alguien.
El de la navaja (no era el único que llevaba una navaja, observó Godorik ahora que los veía más de cerca; pero sí el único que apuntaba a alguien con ella) no pareció encontrar aquella nueva circunstancia nada divertida, y empezó a vociferar.
—¡Lárgate de aquí! —gritó, agitando el arma—. ¡No te metas donde no te llaman o te rajaré a ti también!
—No te pongas demasiado chulito —le aconsejó Godorik, sacando pecho y poniéndose chulito a su vez—, y no rajes a demasiada gente, porque la policía está en el nivel y a la vuelta de la esquina. ¿Qué está pasando aquí?
—¿La policía está aquí? —se alarmó uno de los rodeados, el que había hablado antes, y que era un hombrecillo de un metro cincuenta como mucho.
—¿Es eso verdad? —exclamó otro tipo.
—¡Es un farol! —gritó el líder, que seguía agitando furiosamente su navaja. Pero Godorik no dejó de avanzar hacia él, y eso terminó por ponerlo muy nervioso—. Es mentira. ¡Cogedlo!
Dos de los cinco matones se miraron entre sí, pero no hicieron nada; otro hizo un amago de acercarse a Godorik, y los dos últimos se abalanzaron sobre él sin dudar. Godorik apartó a cada uno con un manotazo… y eso fue suficiente para empujarlos varios metros hacia atrás. El que había empezado a acercarse se detuvo de nuevo, y los otros dos se reafirmaron en su posición de no hacer absolutamente nada hasta tener una idea de qué estaba pasando. Godorik llegó hasta el cabecilla y lo cogió por el cuello de la camisa.
—¿Alguien va a explicarme qué ocurre aquí, si o no? —bufó, y volvió la vista hacia el hombrecillo y su acompañante, que parecía mucho más tímido y en aquel momento se encogía como si quisiera hacerse lo más pequeño posible—. ¿Qué es todo esto? —preguntó.