—Es un asunto de… —comenzó el hombrecillo. Pero en ese momento el cabecilla recobró los ánimos, y con un alarido empuñó la electronavaja y fue a clavarla en el estómago de Godorik.
—¡AAAAAH! —gritó. Pero se escuchó un ruido metálico, y en lugar de clavarse la hoja chocó contra algo duro—… ¿AAAH?
Godorik bendijo su nuevo (y superior) torso mecánico, y sin perder un momento agarró la mano de su atacante.
—¡Suelta eso! —exclamó.
—¡Me haces daño! —protestó el hombre, dejando caer la navaja.
Godorik lo soltó, con la esperanza de que se hubiera calmado un poco; pero, al contrario, lo primero que el tipo hizo después de frotarse la mano fue tratar de darle un puñetazo. Godorik se agachó a tiempo para esquivarlo, y ni siquiera intentó devolvérselo, porque aún no controlaba muy bien su propia fuerza y no estaba seguro de si podría hacerle daños serios. Eso exasperó a su contrincante más aún que todo lo anterior.
—¡A por él! —gritó a sus camaradas, y él mismo se abalanzó sobre Godorik—. ¡Vamos, ayudadme!
Pero sus colegas no parecían muy por la labor. De los dos que le habían hecho caso antes, solo uno fue a ayudarle; y el otro, que no se había movido del sitio desde que Godorik lo había empujado, se unió felizmente a la hueste de confusos mirones que formaban los otros tres. En cambio, el que sí reaccionó fue el hombrecillo, que había observado todo aquello con indignación mientras su compañero le tiraba de la manga e intentaba largarse en dirección contraria.
—¡Cobardes! —gritó, y fue a unirse a la pelea—. ¡Dos contra uno! Espere, amigo, voy a…
Pero Godorik, que tenía la fuerza de un camión, se quitó de encima fácilmente al cabecilla; y tampoco le resultó difícil librarse del otro y tirarlo al suelo. El hombrecillo se detuvo en seco, sorprendido, mientras los mirones daban un paso atrás.
—Jefe, creo que esto no es una buena idea —comentó uno.
—Nosotros mejor nos vamos —dijo otro, mientras se daban la vuelta y comenzaban a alejarse a trote ligero.