—¡Quietos! —escucharon, ya a su espalda. Godorik volvió la cabeza justo a tiempo para ver cómo uno de los hombres, que tenía implantado un brazo robótico, lanzaba este hacia ellos como si de un arpón se tratase.
—¡Cuidado! —gritó. La mano del brazo mecánico se aferró a la parte trasera del quad, haciendo que dieran otra sacudida. Edri y Ran estuvieron a punto de caerse, mientras Mendolina Rodríguez, aunque firmemente agarrada a su manillar, se veía proyectada hacia delante y conseguía apenas mantenerse sobre su asiento. A pesar de ello, y de que miró hacia detrás con confusión, no dejó de pisar el acelerador.
—¿Qué pasa? —exigió saber, pues sus pasajeros le bloqueaban la vista.
El quad seguía avanzando, aunque ahora un poco más lentamente. El hombre del brazo mecánico, que no tenía suficiente masa corporal como para detener el vehículo (aunque estaba haciendo un buen trabajo dificultando su avance, lo que hizo sospechar a Godorik que su implante era uno específicamente diseñado para situaciones parecidas; y, con un 99% de seguridad, tan ilegal como los suyos propios), se estaba viendo ahora arrastrado por este; no obstante, parecía llevar alguna especie de zapatos con ruedas, porque casi no rozaba contra el suelo. Además, estaba contrayendo el muelle de su brazo robótico, y se acercaba cada vez más.
Godorik emitió un exabrupto, y trató de escalar por encima de Ran y Edri para llegar hasta la parte posterior. Lo único bueno que tenía aquel asalto repentino era que los otros hombres, probablemente tomando precauciones para no herir a su compañero, no volvieron a disparar.
—¡Suéltese! —gritó Godorik a su polizón, que ya había devuelto su brazo izquierdo a una longitud normal, y se preparaba para abordarlos—. ¡Suéltese, se lo advierto!