Mendolina ya estaba pisando el acelerador con todas sus fuerzas, pero, por si hacía algún efecto, hundió el pie en el pedal cuanto pudo. Godorik, que aún observaba fijamente al hombre del arpón (que empequeñecía rápidamente en la distancia), vio que este se movía un poco, señal de que aún no estaba muerto del todo. Los otros pandilleros, a los que habían dejado ya bien atrás, se acercaban corriendo a él; pero ya no tenían posibilidad de alcanzarles, y aunque se escucharon algunos disparos la mayoría de ellos parecía más preocupada por atender a su compañero herido que por vengarse de los ocupantes del quad.
—¿Lo hemos conseguido? —preguntó Mendolina, que aún no veía gran cosa con tantos pasajeros entre ella y la acción—. ¡Lo hemos conseguido!
—¡Eso les enseñará a no meterse con nosotros! —decía en ese momento Edri, triunfante, levantando el puño contra ellos—. ¡Mequetrefes!
—Eh, eso ha estado genial… otra vez —comentó Ran a Godorik, con una sonrisa de triunfo solo un poco más comedida que la de Edri—. Se ve que no hay que tocarle las narices a un opositor, ¿eh?
Godorik, no obstante, no contestó. De repente se sentía muy pesado, y le costaba mantener los ojos abiertos. Al cabo de un momento, se desplomó fláccido como una damisela, y Ran y Edri tuvieron que sujetarlo para que no se cayera del vehículo.