Manni condujo a Godorik por los pasillos, hasta la entrada del Hoyo donde lo habían encontrado unos días antes.
—¿Y ahora cómo salgo de aquí? —preguntó Godorik, mirando hacia arriba.
—Si yo fuera tú, saltaría —le dijo Manx—. Te ahorraría un buen viaje a través de las alcantarillas.
—¿Que salte? —se escandalizó Godorik—. No puedo saltar tan alto.
—Grmmmpf —gruñó el robot—. Claro que puedes. Pero bueno, como todavía no tienes mucha práctica en esto, corres el riesgo de caerte al Hoyo, y entonces lo mismo tenemos que rescatarte otra vez. ¡Estos humanos! Pero no te preocupes; también hay un pasadizo que te lleva al exterior.
—¿Al exterior de la ciudad? —se extrañó Godorik.
—Sí, pero no muy lejos —dijo Manni—. Como a las murallas o así.
—Pero… —protestó Godorik—. Si me lleva al exterior de la ciudad, ¿cómo voy a volver a entrar? ¡No es como si la ciudad tuviera puertas para entrar y salir dando un paseo!
—¡Pues claro que la ciudad tiene puertas! —protestó Manx—. Bueno, más que puertas son montacargas automatizados, pero no importa. No creo que tengas problema para montarte en uno de ellos.
—Lo que sea —concedió Godorik, exasperado—. Tú solo dime por dónde tengo que salir.
Manni le señaló una pasarela, que circunvalaba el Hoyo y desaparecía en un agujero en la pared.
—Tú ve por ahí —instruyó—, y sigue siempre las flechas amarillas. Cuando estés fuera, busca la compuerta de un montacargas, y… súbete, supongo. No sé, no suelo hacer esto.
—Está bien —dijo Godorik—. Gracias por todo, Manx.