—No pienso hacer eso —Mariana dio un golpe a la mesa con el puño—. Si tienes razón en lo que dices, hay ciudadanos en peligro. Y si no tienes razón, y solo estás siendo paranoide, en cualquier caso la policía está cometiendo una injusticia contigo. ¿Crees que voy a quedarme de brazos cruzados?
—¿Cómo has llegado hasta aquí, de todas maneras? —gruñó Godorik—. ¿No te habrás tirado por el Hoyo?
—¿Tirarme por el Hoyo? —Mariana lo miró como si estuviera loco—. He cogido las escaleras en el nivel 27 y he bajado hasta aquí.
—¿Había escaleras? —preguntó Godorik, con cara de tonto.
—Pues claro que hay escaleras —espetó Mariana—. No va a haber aquí cámaras y pasillos si no hay ninguna forma de llegar hasta ellas, ¿no crees?
Godorik pasó la mirada a Agarandino y Manni, con aire acusador.
—Pero son área restringida —se defendió Agarandino, y dirigió a su vez a Mariana una mirada interrogante.
—Tengo un pase, caray —protestó esta—. Ese tipo de zonas están incluidas en el rango de seguridad azul.
—¿En el rango de seguridad azul? —se sobresaltó Agarandino, y señaló a Mariana con el dedo—. ¡Tú eres uno de los agentes de la Computadora!
Mariana enarcó una ceja, pero antes de que pudiera soltar una barbaridad, Godorik intervino:
—Mariana es gestora de un nivel —explicó al doctor, en tono de disculpa—, pero no es ningún siervo fanático de la Computadora, o lo que sea que usted se esté imaginando.
—¿Y quién es usted, de todas maneras? —espetó Mariana—. ¿Y qué hace aquí abajo?
—¡Yo soy la resistencia! —bramó Agarandino, alzando un puño. Entonces se escuchó un pitido de Manx, y el doctor tuvo que corregir, en tono bastante menos agresivo—. Nosotros. Nosotros somos la resistencia.