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Guiados por los nuevos clones de Pati Zanzorn, los magos ilusionistas se pusieron en marcha. Como estaba planeado, los cuatro ilusionistas competentes se repartieron por Borden, Arracar, Golinas y Kensterspensten; uno que no era tan competente fue a Surlán; otros dos que eran aún más regulares fueron asignados a Ulf; y al que estaba cubierto de purpurina, junto con otro compañero que no sabía hacer la O con un canuto, lo enviaron a Malavaric. Estos dos últimos demostraron ser un relativo dolor de cabeza hasta para un clon de Pati Zanzorn.
—Y digo yo —pasó rezongando el de la purpurina todo el tiempo que estuvieron escalando riscos para llegar a Malavaric—, ¿no somos siervos del Mal? ¿Y no es acaso la filosofía del Mal el que cada cual se ocupe de su propio pellejo y deje que le zurzan a los demás? Yo opino que esta misión suicida es una tontería, y además es más propia de mequetrefes benignos que de seguidores de la Oscuridad como nosotros. ¡Defender aldeas! ¡Defender nada, en general! Deberíamos salir pitando de aquí antes de que lleguen esos servicios sociales.
—Sí, sí —farfulló por enésima vez el nuevo Pati Zanzorn—. Pero fíjate que según la doctrina del Mal a mí tu opinión me importa un comino, y tú tienes que hacer lo que yo te diga porque soy tu jefe y puedo hacer que te finiquiten lenta y dolorosamente.
Esto tenía bastante lógica, pero no evitó que el de la purpurina siguiera rechistando hasta después de llegar a Malavaric. Pati Zanzorn les indicó a él y al inútil que se escondieran en recovecos cercanos a las entradas del pueblo, que estaba ya completamente vacío; y él mismo se subió al tejado de la casa del alcalde, la más alta del lugar, para otear el horizonte y ver si venía alguien.
—No viene nadie —anunciaba a intervalos regulares, como un reloj de cuco roto—. Sigue sin venir nadie… y ahora tampoco viene nadie…
—¡Jefe! —gritó de repente el inútil, a los quince minutos de escuchar la monótona voz de Pati Zanzorn informar de que seguía sin ver nada—. ¡Vienen por detrás!
—¿Qué? —se alarmó el jefe de inteligencia, girándose bruscamente—. ¡No puede ser!
Pero, efectivamente, el ilusionista no se equivocaba. En efecto, en ese mismo instante un nutrido ejército de soldados aullantes bajaba la colina en dirección a Malavaric.