—Esto también es importante —aseguró Nermis—. Estaba navegando por la interred cuando me dije, hace tiempo que no consulto las videobitácoras…
Godorik se llevó la mano a la frente, y se acercó al ordenador. Nermis, mientras tanto, había puesto a reproducir un vídeo, en el que se veía a Edomiro Merricat con una gorra muy extraña y haciendo grandes aspavientos.
—¿Y esta es esa videobitácora de la que está tan orgulloso? —murmuró Godorik para sí.
—Pssst —le chistó Nermis—. Ahora veréis lo que dice.
Lo que decía tenía que ver, por supuesto, con la conspiración gidoletiana, versión Godorik, aunque aderezada con toda clase de efectos dramáticos y detalles absurdos que parecían obra del propio Merricat. Para crédito de este, había cumplido su palabra, y no mencionaba sus fuentes ni ningún nombre propio que pudiera delatarlas; por no decir, no daba ni el nombre de Gidolet, lo que a Godorik le parecía que podría haber hecho. Pero probablemente eso podría haber metido en problemas al propio Merricat, y no lo culpaba por querer evitar tal cosa.
—¡Vaya! —Ciforentes se rascó la cabeza, confundido, en cuando el vídeo terminó—. Si esta historia se está extendiendo ya tanto que hasta un tipo en la interred sabe de ella…
—Pero lo que ha contado parecía más bien una novela —se quejó Garvelto.
—Sí, pero indudablemente se está refiriendo a Gidolet, así que alguna base real tendrá… Pero ¿cómo ha podido filtrarse toda esta información? Hasta ahora, todos los que la sabían…
Godorik tosió.
—Yo se la conté —confesó.
Ciforentes se volvió hacia él con expresión sorprendida.
—Pero si ese tipo es súper famoso —dijo el Nermis, extrañado también.
—Es mi jefe —masculló Godorik—. Es una larga historia, pero para conseguir la patente tuve que contarle todo esto. En ese momento no sabía que pensaba largarlo todo públicamente.