Cualquier otro lugar · Página 39

—… estoy seguro de que, incluso en ese improbabilísimo caso, segurías siendo elegante.

—Tienes un concepto muy extraño de la elegancia.

—Tengo muy claro mi concepto de la elegancia —sonrió él—. Hay gente que no es elegante por mucho que se esfuerce, y hay gente que es elegante sin hacer nada.

—¡Qué idea de la elegancia más poco democrática! —se quejó Nina.

—Y eso me lo dice la hija de un magnate —le recriminó él.

—Eres hombre de una sola broma, por lo que veo —contestó ella, componiendo cuidadosamente una expresión de señorita disgustada.

Siguieron así un buen rato, cada uno intentando sacar al otro de sus casillas, sin conseguirlo. Finalmente, la conversación decayó un poco; y Nina pidió la cuenta.

—Yo pagaré —se ofreció Ray.

—De ninguna manera —protestó ella—. Invito yo.

Salieron a la calle. Ray se paró en la puerta de la cafetería.

—Nina —llamó.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, volviéndose.

Sin más aviso, él la rodeó con sus brazos y la besó. Cuando se separaron, continuaron mirándose a los ojos un buen rato.

—Ray —dijo Nina al final.

—¿Qué?

—Estamos obstruyendo la entrada —anunció ella. Efectivamente, un par de personas que querían salir del café les estaban haciendo señas violentamente.

Ray estalló en carcajadas. Se apartaron por fin de la entrada, y dejaron paso a aquel par de clientes, que les dirigieron una mirada colérica.

—Mi apartamento no está lejos —expuso entonces Nina—. ¿Quieres subir?

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