Despertaron a la mañana siguiente, en la cama de matrimonio que ocupaba casi toda la extensión del pequeño dormitorio de Nina. Cuando se despertaron, estaban aún enroscados el uno con el otro; aunque Nina ocupaba casi toda la cama, mientras que Ray se había refugiado en el borde, con el resto de manta que tenía a su disposición.
—Hrmmmpf —gruñó Ray, dándose la vuelta, y casi cayéndose de la cama. Abrió los ojos, y se encontró la cara de Nina frente a la suya; se pegó un susto de muerte, y se incorporó de golpe.
—¿Qué pasa? —gruñó Nina, a la que acababa de sobresaltar también.
Ray se frotó los ojos, desorientado.
—¿Qué día es hoy? —preguntó.
—Es domingo —bostezó Nina, aún soñolienta. Pero Ray pareció estresarse repentinamente.
—¡Maldita sea! ¡Hoy tengo función! —barbotó, liberándose de las mantas y preparándose para saltar de la cama.
—Ray —volvió a bostezar Nina, mirando el reloj—, son las nueve de la mañana.
Ray la miró como si pensase que estaba hablando en sueños, y le echó él mismo un vistazo al reloj.
—Pero si yo no me levanto nunca antes de las doce —farfulló.
—Bueno… nos acostamos temprano —se desperezó Nina, y, saliendo de debajo de las mantas, se puso la bata—. Relájate; tienes tiempo.
Salió de la habitación, en dirección al baño, mientras Ray se hundía otra vez en la almohada. Al cabo de diez minutos, ella volvió con una bandeja, completa con zumo y tostadas y mermelada. En cuanto la vio entrar, él soltó una carcajada.
—¿Qué es esto? ¿Servicio de habitaciones? —preguntó.
Nina dejó la bandeja sobre la cama; le dio a él una tostada, y se sirvió otra.
—Aunque te hubieses levantado a las doce, ¿cuál es el problema? —preguntó, mientras la mordisqueaba—. Pensaba que solo teníais función por la tarde.