14
—Es una maravilla —comentó Orosc, sarcástico— tener esta clase de adversarios. Con enemigos como vosotros, ¿para qué necesito espías?
—¿Son estas tus últimas palabras? —preguntó el Sumo Sacerdote, entrecerrando los ojos hasta que se convirtieron en dos rendijas.
—Es mi última palabra —corrigió Vlendgeron—. En cuanto a mis últimas palabras, presumo que las pronunciaré mucho tiempo y victorias después de sostener en mis manos tu cabeza ensangrentada.
El Sumo Sacerdote hizo una mueca de disgusto, y después suspiró.
—En ese caso, me marcho, Emperador del Mal —dijo—. No tardarás en comprobar cuán errados son tus caminos, y sufro por las almas que se perderán en ese proceso.
—No —interrumpió Beredik la Sin Ojos.
Vlendgeron se sobresaltó y volvió la cabeza hacia ella. El Sumo Sacerdote, sin embargo, la miró con desdén.
—¿Por qué he de escuchar tus palabras, Beredik la Sin Ojos? Al traicionar al buen rey Wadaslis demostraste no solo tu deslealtad, sino también tu errado juicio. Nada de lo que puedas decir…
—Cállate —ordenó Beredik, ofuscada—. Eres tú el que viaja por un camino errado, sacerdote. Tu era pasó, y una nueva comienza.
—No veo cómo…
—¡Y no importa quién se aferre a lo que teme perder, porque escrito está lo que se perderá, y lo que no! —Beredik alzó la voz, en un chillido tan estridente que los que se encontraban en la sala tuvieron que taparse los oídos por un momento—. ¡Escuchadme, paladín del Bien, señor del Mal! ¡Escuchadme, todos los presentes; todos los que holláis la tierra, pues esta es la profecía!
En el sexto día
llegará el Elegido.
El Caos guiará sus pasos,
y solo el polvo recordará
los imperios que derrocó.
¡Joven! ¡Será joven!,
mas dioses y héroes le obedecieron tiempo ha.
¡Él doblegará el mundo con su horrible poder!
¡Él nos guiará hacia la victoria,
hacia nuestro nuevo resurgir!
Beredik gritó todo esto con su tono de voz especial para romper tímpanos; alcanzó un vibrante agudo álgido en la palabra «resurgir» y lo mantuvo por un segundo, antes de dejar que se atenuara y acto seguido coger una bocanada de aire.
—¡Beredik! —exclamó Orosc— ¿Es eso cierto?
—¡Viles mentiras! —exclamó el Sumo Sacerdote, que sin embargo parecía bastante nervioso—. ¡Traiciones de boca de una traidora ruin! No creeré ni una palabra que pronuncie esa mujer.
—¡Mis poderes no mienten! —siseó la Sin Ojos—. ¡Esa es la profecía, y se cumplirá lo queráis o no!
—¡No escucharé más vuestra locura! —protestó el Sacerdote, y volvió a mirar a Vlendgeron—. ¡Recuerda mis palabras, Emperador del Mal, y medita sobre ellas! ¡Desiste de tus propósitos, o serás derrotado!
Con estas palabras, salió de la sala como un vendaval. Orosc y Beredik intercambiaron una mirada un tanto confusa.
—¡Sin Ojos! —exclamó uno de los guardias—. ¿Es eso posible? ¿Un Elegido nos llevará hacia la victoria?
La vidente emitió un gruñido, y se dejó caer sobre su asiento.
—Esa es la profecía —insistió.