El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 15

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Marinina Crysalia Amaranta Belladona vivía en la aldea de Surlán, uno de los siete poblachos malignos sobre las faldas de Kil-Kanan que continuaban bajo el control del Fuerte Oscuro a pesar del paso de los años. Marinina Crysalia Amaranta Belladona, a la que sus amigos (aunque no tenía amigos porque todo el mundo en la aldea era malvado y despreciable, pero, vamos, que viviendo en el mismo poblucho alguien tendría que usar su nombre de vez en cuando) llamaban Maricrís, era una jovencita muy alegre y hermosa, y de muy buen carácter. Tenía el cabello, que le llegaba hasta media espalda, rubio y liso como chorros de oro líquido; sus ojos eran azules como el cielo azul, y resplandecían como diamantes, y a veces bajo distintos tipos de iluminación parecían violetas, y a veces rosas, y a veces lilas con pintitas de morado oscuro. Era tan hermosa que todos los chicos por la calle volvían la cara para mirarla, y eso que no llevaba maquillaje, porque últimamente había problemas de suministro en todos los frentes y el Gran Emperador de los Ejércitos Oscuros había decidido que había cosas más urgentes que importar que barras de labios y rímel. Maricrís soñaba a veces en secreto con lo que un buen tono de rosa gloss podría hacer por sus labios, pero se resignaba a que tendría que vivir sin ello; aunque en realidad no lo necesitaba, puesto que sus labios ya tenían una forma perfecta y el tono de rosa gloss que más le favorecía.

Marinina Crysalia Amaranta Belladona vivía en una casita en la aldea con su madre, la infame Brux Belladona. Nadie sabía de dónde había podido sacar su carácter la dulce y amable Maricrís, pues su madre era una persona abyecta y malvada, firme seguidora de la doctrina de Kil-Kyron; y su padre había sido un soldado de los Ejércitos del Mal, que había dejado preñada a Brux y después la había abandonado para ir a luchar en alguna escaramuza sin importancia contra las fuerzas del Bien. Por esto, Brux odiaba a su hija, y la trataba muy mal, sin darse cuenta de lo inteligente y hermosa y perfecta que era. La había llamado Marinina Crysalia Amaranta, que en la antigua lengua significaba «infame y despreciado pedazo de escoria»; y la hacía trabajar muy duro todos los días en tareas malignas que dañaban el puro y sensible corazón de la pobre Maricrís, como por ejemplo arrancar todas las violetas y tulipanes que crecían en el huerto familiar y reemplazarlos con zarzas y cardos. Además, todas las noches le contaba cuentos horribles, y le decía que si seguía siendo tan buena y perfecta vendría el hombre del saco y se la llevaría a un lugar donde la arreglarían de una vez.

Maricrís lo pasaba muy mal todos los días, porque el resto del pueblo, que también era maligno, la despreciaba igualmente, a pesar de que ella siempre intentaba ayudar a todo el mundo y hacer sus vidas más agradables. Su único amigo era su perro Blancur, al que había salvado una vez cuando se lo encontró herido en el bosque, y que la seguía a todas partes y la protegía de los chicos malvados que iban a tirarle piedras y a burlarse de ella. Maricrís era muy infeliz, pero aún así, como era una buena chica, nunca intentaba vengarse de los chicos que la atormentaban, a pesar de que su abyecta madre le había enseñado artes marciales, con la esperanza de que las usara para hacer cosas malvadas y violentas. Maricrís había aprendido a luchar muy bien, pero aún así nunca hacía daño a nadie.

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