El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 27

27

—¿Los… servicios sociales? —tembló Maricrís.

Por supuesto, Brux Belladona le había hablado de los servicios sociales. Estos equipos de empleados de los gobiernos del Bien, armados con su voluntariosa bondad y sus puros y límpidos corazones, además de con armas de verdad, tenían por misión erradicar el Mal, la desesperanza y la injusticia del mundo. Gogó Benogaga, uno de los sabios de Surlán, contaba que los servicios sociales eran capaces de arrancar toda la maldad del alma de un hombre, dejándolo seco de cualquier sentimiento negativo; él mismo los había visto hacerlo, o eso afirmaba, con unos pobres incautos que habían caído en sus manos.

—Los servicios sociales no te harán daño si tu corazón es puro —dijo Caritio Bancraacs—, así que, si eres sincera, no tienes de qué preocuparte.

Maricrís miró fijamente al caballero, con la cara bañada en lágrimas. Estaba muy asustada, por supuesto, y de haber podido evitarlo no se habría puesto en manos de los servicios sociales; pero veía que Bancraacs comenzaba a mirarla inquisitivamente, y no quería que pensase que después de todo ella estaba mintiendo.

—Está bien —dijo al fin, valientemente—. Iré a ver a los servicios sociales.

Caritio Bancraacs asintió.

—Es la decisión correcta —anunció, y ofreció su mano a Marinina— . Vamos.

Maricrís tomó la mano del caballero y echó a andar junto a él, con la cabeza bien alta. Blancur, desconcertado, no los siguió. Tras un momento, empezó a ladrar violentamente.

—¡Oh, Blancur! —sollozó Maricrís, deteniéndose, y tratando de hacer que la siguiese—. ¡Todo está bien! No te preocupes. ¡Esta es gente del Bien! No me harán daño.

Pero el perro siguió ladrando como una taladradora de tímpanos hasta que Caritio se dio también la vuelta; y entonces empezó a aullar y a soltar chillidos.

—¿Qué pasa con ese perro? —bufó Caritio—. ¿Es una bestia del Mal?

—¡No! ¡No! —gritó Maricrís, desesperada—. ¡Solo teme que me hagan daño!

—¿Estás segura? —preguntó el caballero, echando al perro una ojeada desconfiada—. Incluso los animales pueden ser contaminados por los impíos tentáculos del Mal. Mira, por ejemplo, los dragones, o los tiburones, o las mofetas.

—¡Blancur no es una mofeta! —protestó Marinina.

—Y sin embargo, no parece reaccionar muy bien cuando se le acerca alguien puro de corazón —esgrimió Caritio, extendiendo una mano enguanteleteada hacia el perro. Solo consiguió que este se lanzara sobre sus talones y tratase de morderlos, con lo cual casi se dejó los dientes por culpa de la armadura; pero siguió intentándolo con tesón.

—¡Blancur! —imploró Maricrís.

El perro se detuvo y miró a su dueña, momentáneamente confundido.

—Este es sin duda un animal maligno —decidió Caritio, llevando la mano a la empuñadura de su espadón—. No puedo permitir que nos acompañe.

—¡NO! —gritó Maricrís—. ¡No le hagas daño, por favor!

—Comienzo a pensar que tienes realmente un corazón benigno —concedió Caritio, sacando la espada—. Pero este no es un perro inocente.

—¡No, no! —chilló la chica—. ¡Huye, Blancur! ¡Huye!

El perro volvió a mirar a su ama, con una oreja levantada y la otra caída, sin entender qué quería de él.

—¡Huye! —insistió Marinina.

Caritio Bancraacs se preparó para dar un mandoble; Marinina, desesperada, se preparó para detenerlo. Pero Blancur hizo innecesarias ambas acciones; se dio la vuelta, y echó a correr como un loco, hasta perderse entre los arbustos.

Marinina respiró, aliviada.

—Un perro maligno, sin duda —sentenció el caballero.

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