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Al mismo tiempo, en el fuerte oscuro de Kil-Kyron tenían sus propios problemas.
Pati Zanzorn e Ícaro Xerxes se habían agenciado un collar para perros y una correa, y habían intentado hacer que Blancur los guiase hasta su ama. Pero este plan había resultado tener algunos fallos graves, el primero de todos que no tenían a mano nada que hubiese pertenecido a Marinina; el segundo, que Blancur no tenía ninguna pinta de ser un perro rastreador, pues cuando, para probar sus habilidades, le habían puesto frente a las narices uno de los pañuelos de Beredik la Sin Ojos, no solo no los había guiado hasta ella, sino que se había desviado completamente; y el tercero, que el lugar hacia el que se había desviado había sido, cómo no, el salón del trono en el que Orosc Vlendgeron tamborileaba con los dedos sobre su asiento, con un humor espantoso.
—¡Zanzorn, eres un inútil! —vociferaba en ese momento—. ¡No he tenido un jefe de inteligencia tan malo en todos mis años de carrera! ¡Voy a cortarle la cabeza a esta versión tuya y a poner la del recepcionista en su lugar!
Ícaro Xerxes, cuya asombrosa inteligencia le permitía realizar hercúleas deducciones, iba a intervenir para puntualizar que si hacía eso todavía seguiría teniendo a Pati Zanzorn como jefe de inteligencia; pero algo en la mirada del Gran Emperador lo hizo callarse.
En ese momento, un guardia muy confuso anunció a Brux Belladona, y la malvada mujer entró como un vendaval.
—Vengo a ver si han encontrado ya a la estúpida de mi hija —dijo, antes de fijarse en que parecía estar interrumpiendo algo; pero eso no la molestó—. ¿Saben si ha muerto ya?
—No lo sabemos —gruñó Orosc Vlendgeron, dejando de mirar amenazadoramente a Pati Zanzorn por un momento, y en su lugar mirando amenazadoramente a Brux Belladona—. ¿Se cree usted que puede pasearse por aquí como Pedro el Cruel por su casa?
—¿Sigue viva? —se disgustó Brux—. ¿Pero la han perseguido ya, o qué tengo que decirles para que entiendan que esto es una emergencia?
—Mi buena señora —la insultó Vlendgeron—, con usted quería yo hablar. Si sabía usted todo el tiempo que su hija era tan benigna, ¿por qué demonios no la arrojó al foso de los cocodrilos cuando era un bebé? ¡Anda que eso no nos habría ahorrado problemas!
—Porque no hay ningún foso de cocodrilos cerca —respondió Brux, confundida.
—Me refería a un foso de cocodrilos metafórico —se lamentó Orosc.
—Pero eso no la habría matado —repuso la mujer—. Todavía no he visto que una metáfora haya matado a nadie.
—Tengo que decir —intervino Pati Zanzorn, que no sabía callarse ni por su propio bien— que en eso tiene bastante razón.
Por un instante nadie dijo nada; entonces, Orosc Vlendgeron crispó los puños y soltó un alarido de frustración.
—¡Inútiles! —bramó.