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Una vez que Orosc se hubo ido, Celsio Barn reflexionó sobre sus palabras.
—Necesito formar un equipo para una misión importante —había dicho también—. Mándame a cualquiera que creas cualificado.
Eso sonaba más fácil de lo que realmente era. Barn había dicho a su jefe que los nuevos reclutas estaban llegando más entusiastas, lo cual era verdad; pero no tenía nada que ver con que los nuevos reclutas estuviesen llegando más cualificados, lo que de hecho no estaba ocurriendo. La mayor parte de la gente que llegaba al Fuerte Oscuro había pasado la mayor parte de su vida viviendo en tierras del Bien, y, por mucho entusiasmo que le echaran a la cosa, eran unos zoquetes muy poco capacitados para realizar tareas malignas.
Así, a bote pronto, la única persona que se le antojaba medianamente competente era el Fozo. El Fozo era un jovencito que llevaba varios años en Kil-Kyron; había nacido en las Islas Úmbreas, al otro lado del continente, y emprendido el camino hacia la Montaña del Mal a la temprana edad de doce años. Medía un metro cincuenta de alto y un metro cincuenta de ancho; tenía más músculo que la mitad del fuerte junto, y, sin duda, más músculo que seso. Pero era un buen chaval, y desde luego no entraba en la categoría de «blandito y voluble».
—Oye, Fozo —lo saludó Barn, la primera vez que lo vio por la cantina después de su conversación con Vlendgeron. El Fozo no se llamaba realmente así, pero todo el mundo lo conocía por ese apodo. Casi nadie sabía por qué se lo habían puesto, pero eran aún menos los que recordaban que su nombre verdadero era Jo Mosinga.
—¿Qué pasa, Barn? —preguntó el Fozo, que tenía una buena relación con el cantinero… como casi todo el mundo en aquel fuerte.
—Vlendgeron está buscando gente para formar un equipo —comentó Barn—. Quizás quieras apuntarte.
—Sabes que yo voy a donde haga falta, Barn —contestó el Fozo.
—Se agradece; porque, la verdad, aparte de ti, no se me ocurre nadie más. —dijo el barman, y preguntó—. ¿Conoces a alguien que no esté hecho de papel? ¿Quizás, incluso, que sirva para algo?
El Fozo soltó una carcajada.
—Barn, creo que tengo al hombre que te hace falta —afirmó.
—¿En serio? —Celsio Barn alzó una ceja—. ¿Y quién es?
—Uno de los nuevos —dijo el Fozo—. Un tío que es más listo que… creo que es hasta más listo que tú, Barn.
Barn alzó la otra ceja. El listón del Fozo para considerar a alguien inteligente no estaba muy alto.
—Preséntamelo —pidió.
—Claro, Barn —asintió el Fozo—. En cuanto me termine la soda.
El barman suspiró, a la par que reanudaba su tarea favorita: fregar vasos poniendo cara de mala leche.