El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 41

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Marinina no había tardado apenas en adaptarse a la vida en los territorios del Bien, y con «apenas» queremos decir que a las dos horas de encontrarse allí estaba perfectamente adaptada e integrada. Jivonis le había enseñado el edificio y los alrededores, y le había presentado a un montón de miembros de los servicios sociales, que eran todos gente simpatiquísima y fantástica. Estos, muy amables, insistieron en que Marinina se pusiera cómoda y descansara de su horrible travesía, pero Maricrís no se dejó convencer.

—¿Cómo puedo tumbarme y dormir ahora que por fin estoy aquí, y puedo hacer cosas buenas? —replicó—. No, ¡no puedo perder el tiempo! Quiero ayudar a los pobres y los necesitados, ocuparme de los perritos perdidos y hacer campañas de concienciación para tantas causas como sea posible.

Sus nuevos amigos le dijeron que no tenía de qué preocuparse, puesto que ellos ya hacían esas cosas, y que, aunque estarían encantados de que les ayudara, podían esperar a que ella hubiera descansado un poco.

—No estoy cansada —insistió Marinina—. Nunca estoy cansada cuando se trata de hacer el Bien.

Y no hubo forma de hacerla cambiar de opinión. Al final, contagiándose de su entusiasmo, los distintos equipos terminaron rifándosela para que los acompañara, y Maricrís fue con uno de ellos a repartir comida y artículos de primera necesidad a los damnificados por el Mal.

—El Mal es terrible —le dijo Yrisalia, una de sus compañeras, mientras se dirigían hacia allí—. ¡Hace tanto daño, y hay tantas pobres criaturas afectadas por él! ¡No entiendo cómo alguien sobre la tierra puede causar tanto dolor, y quedarse con la conciencia tranquila!

—Yo tampoco lo entiendo —confesó Marinina—. El Mal siempre me ha parecido espantoso. ¡Y pensar que mi pobre madre es una de ellos! ¡Y tantas cosas horribles que hacen todos los días!

Una vez allí, Marinina se aplicó al reparto con tanto empeño, y con una sonrisa tan cálida y agradable, que todos los pobres damnificados le cogieron cariño de inmediato.

—¡Gracias, maravillosa jovencita! —le dijeron varios—. Solo de verte se restaura la benignidad en nuestros corazones, que la proximidad del Mal había empezado a empañar.

Maricrís se ruborizó.

—Pero si yo solo soy una pobre muchacha —protestó.

—Pero es fácil ver que tu corazón está entregado al Bien —dijo Yrisalia.

—¡Sí, lo es! —se entusiasmó Manavis, otro de los miembros del equipo—. Tu presencia es tan inspiradora que nos entran ganas de ir ahora mismo y derrotar al Mal de una vez por todas.

—¡Eso! —exclamaron varios más—. ¡Seguro que podríamos hacerlo!

—¡Hagámoslo! —gritaron los damnificados—. ¡Vayamos a derrotar al Mal!

Maricrís miró a su alrededor, confundida, mientras todos los presentes empezaban a dar voces y corear eslóganes; y, antes de que pudiera darse cuenta, alguien la cogió en volandas, y se la llevaron en procesión hacia a la plaza de Aguascristalinas.

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