El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 79

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—¡Mirad! —gritó Cirr, señalando la silueta—. ¿Qué es eso?

Pero ninguno de ellos lo sabía. Ahora sí, Orosc hizo un gesto brusco y les indicó que se retiraran.

—¡Atrás! —exclamó—. ¡Tened cuidado!

El círculo negro empezó a crecer en tamaño, como si se acercara; y, a la vez, a hacerse cada vez menos negro. Al cabo de unos momentos, ya era de un gris descolorido, y podía distinguirse que de él colgaba un pequeño recipiente rectangular.

—¿Qué demonios es esa cosa? —repitió Cori, llevándose una mano a la frente a modo de visera, y aguzando la vista.

Ni siquiera los ejércitos frente a Valleamor podían ya ignorar lo que estaba ocurriendo. Aunque los más cercanos al epicentro de los efluvios, esto es, a Marinina y a Ícaro Xerxes, estaban completamente inmersos en estos y seguían mirando al frente como hipnotizados, las retaguardias de ambos ejércitos estaban despertando, por efecto del ambiente fatídico y del viento aullante que les agitaba los bigotes y les volaba los sombreros.

Adda miró a Vlendgeron, que contemplaba aquello fascinado, y que excepto por un par de pasos no había obedecido su propia orden de echarse atrás.

—Gran Emperador, ¿qué es eso? —gritó—. ¿Es un efecto de las emanaciones de esos dos?

Vlendgeron despertó repentinamente de su ensoñación; pero no se volvió hacia ellos. Aún con la vista fija en el engendro, contestó.

—No; es otra cosa —hizo una pausa, y frotándose las manos con nerviosismo añadió—. No se había visto algo así en el continente desde hace muchos, muchos años… desde los tiempos de Corgin Regurgitagusanos. ¡Es un globo aerostático!

—¿Un qué? —preguntó Cirr.

—¡Un globo aerostático! —se asombró Cori—. Pero… mi abuela me contó que desaparecieron todos en las guerras del Pelosineso, y que las tropas del Bien, considerándolos un artefacto maligno…

—¿Qué puede hacer aquí uno de esos? —musitó Adda.

—No lo sé —reconoció Orosc—. Dicen que los últimos desaparecieron en la Batalla de los Muchos Ventrílocuos, con varios batallones del Mal todavía a bordo.

—¡Esa fue la batalla que marcó el declive de la Oscuridad! —recordó Adda.

Mientras hablaban, el globo había ido acercándose cada vez más. Era un enorme globo de color negro desteñido, con una pequena cabina cuadrada que colgaba de él mediante unas sogas. La mitad de los ejércitos de Aguascristalinas, Valleamor y Kil-Kyron ya se habían percatado de su presencia, y lo miraban como viendo una aparición. El artefacto comenzó a descender lentamente, pretendiendo aterrizar sobre el camino de Valleamor, en la retaguardia de las tropas malignas. Era una maniobra arriesgada, puesto que el ambiente, lleno de las cada vez más potentes emanaciones de Marinina e Ícaro Xerxes, estaba tan cargado que casi soltaba chispas.

—¿Y si son los batallones que desaparecieron en esa batalla? —aventuró Cori, agarrándose fuertemente a las riendas de su oso, para evitar que el viento, cada vez más intenso, la tumbara—. ¿Y si vuelven ahora para ayudarnos en la lucha contra el Bien?

—¡Eso no es posible! —aulló Vlendgeron—. ¡Esa batalla ocurrió hace ya muchos siglos!

El globo acabó de descender, y se posó con un golpe seco sobre el césped a uno de los lados del camino de Valleamor. La retaguardia del ejército de Kil-Kyron, que era lo que quedaba más cerca, desbarató rápidamente la formación y se hizo a ambos lados, temiendo lo que podía salir de aquella extraña nave sin identificar. Pasó un momento sin que ocurriera nada, en medio del silencio sepulcral que inundaba los alrededores de Valleamor; y entonces se escucharon unas voces procedentes del globo, y por el borde de la cabina saltó Beredik, la Sin Ojos.

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