—Bien, si averigua el código y sabe que el aparato lo tienes tú, claro que puede escuchar tus llamadas —explicó Edri—. Hasta podría localizarte, aunque le hemos sacado el pin, así que le costaría bastante trabajo. Pero hay miles y miles de teledatáfonos modificados realizando llamadas y operaciones todos los días, así que entre esa maraña es prácticamente imposible que la Computadora te detecte a ti.
—Bien, si estáis seguros de esto… —dudó Godorik, volviendo a mirar el cacharro.
—Confía en los profesionales —asintió Edri.
Godorik se lo pensó durante un momento más, observando el teledatáfono con desconfianza; pero luego se lo guardó.
—Está bien; gracias —dijo.
—De nada —Edri se encogió de hombros—. Y no te preocupes; te llamaré si oigo algo raro.
—¿Y qué pasa con los Beligerantes? —saltó de repente Ran—. ¿Vas a hacer algo con ellos?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Godorik, confundido.
—Tú… eres una especie de héroe, ¿no? —musitó Ran—. Los héroes están para ayudar a la gente. ¿No puedes hacer algo para librar al nivel de esos desgraciados?
—Creo que tú has visto demasiadas holofilmaciones —farfulló Godorik.
—No, no, pero tiene razón —exclamó Edri—. ¿Qué has dicho que eras? ¿Investigador independiente? De ahí a héroe solo a
hay un paso, te lo digo yo. ¿No quieres hacer algo por este pobre nivel?
—¿Y qué queréis que haga? —gruñó Godorik, sorprendido ante la ligereza con la que la gente parecía creer que uno se convertía en un héroe; si por ellos fuera, uno pensaría que los implantes metálicos venían directamente con el heroísmo incorporado. Eso era sin duda culpa de las holofilmaciones, que no paraban de contar historias fantásticas sobre superhéroes cyborg.
—¿No puedes cargártelos a todos? —sugirió la chica, con más entusiasmo de la cuenta.