En esas circunstancias, y sabiéndose ya de seguro en un nivel que a la Computadora no le interesaba para nada, Godorik perdió toda precaución. Agarró el brik de zumo en una mano, y avanzó por la calle a grandes saltos, de la misma forma en la que en el nivel 9 había huido del cerco policial; y llegó al Hoyo en un santiamén. Se tiró por él con la misma despreocupación; y apenas unos minutos más tarde había llegado a la covacha de Agarandino y Manni.
Allí, se encontró a este último tecleando en el ordenador, y alargando la mano de vez en cuando para sorber ruidosamente un popurrí de aceites esenciales que tenía a un lado. Cuando escuchó entrar a Godorik, giró la cabeza relajadamente.
—¡Ah, eres tú! —dijo—. Como no volvías, ya pensábamos que te habían atrapado, o que te habías caído de algún sitio y te habías matado.
—Gracias por vuestra preocupación —farfulló Godorik.
—¡Doctor! —llamó Manni, en dirección al cuarto—. ¡Doctor, ya ha vuelto el defensor de la justicia!
—Qué… qué —barbotó Godorik, confundido—. ¿Por qué os ha dado a todos por llamarme así?
—Bueno, es lo que eres, ¿no? —pitó Manx.
El doctor Agarandino asomó la cabeza por la puerta del dormitorio, en camisón y con un puntiagudo gorrito de noche con una borla en el extremo.
—¡Estás de vuelta! —exclamó—. ¿Qué te ha pasado?
—He tenido algunas… aventuras —musitó Godorik—, en el nivel 25. Y me he despertado hace un rato en casa de una viejecita loca… ¿cuánto tiempo ha pasado desde que me fui?
—Un día y poco —contestó Agarandino—. Ah, el nivel 25. Sí, siempre hay cosas interesantes pasando en el nivel 25.
—¿Conoce usted ese nivel? —se extrañó Godorik.
—Un poco —carraspeó el doctor, y después desvió la cuestión—. ¿Era ese Gidolet el que buscas?
—No lo sé —Godorik frunció el ceño, recordando su frustrada investigación—. Aunque es posible. Su casa estaba completamente vacía, y parecía más bien algún tipo de trampa o cebo para alguien. Lo único que encontré… —tosió, y se sintió mareado de nuevo—. Lo siento, tengo que sentarme.