Saltó a la calle, y se dedicó a buscar un poste de transporte. No pensaba volver a coger el ascensor, de ninguna manera, y ni siquiera bajar por las escaleras le parecía una buena idea. Tardó un buen rato en encontrar un poste de bajada; al parecer, los residentes del nivel 3 no tenían por costumbre hacer envíos a otros niveles. Por si fuera poco, el poste que encontró era excepcionalmente estrecho, y tuvo que encogerse para poder pasar por la portezuela. Una vez dentro, le costó mucho trabajo bajar; y casi se quedó atascado a mitad de camino.
—¿Por qué estoy haciendo esto? —se preguntó de repente, muy frustrado—. ¿A mí qué me importa qué le pase a la ciudad? ¿Qué ha hecho la ciudad por mí?
Consiguió llegar hasta el nivel 4, y bajó hasta el 5 antes de decidirse a dejar aquel poste tan estrecho y buscarse uno más ancho. Tuvo que dar otras pocas vueltas, lo que no hizo sino aumentar su frustración; pero logró dar con uno en el que cabía perfectamente, y bajó por él casi veinte niveles con mucha más rapidez.
En el nivel 25, ya cansado, y convencido de que cualquier grabación institucional que pudiera estarse realizando de los alrededores no vería jamás la luz del día, sacó las piernas por la portezuela del tubo y se dispuso a descansar un poco. Estaba de muy mal humor, y todavía le seguía dando vueltas a lo que había pensado un rato antes: ¿por qué estaba haciendo aquello?
—Si la ciudad se va al garete, estaremos todos en problemas, es cierto —refunfuñó—. Pero ¿por qué voy a encargarme yo? Es cosa de la policía. ¿Por qué estoy bajando tubos como un estúpido cuando podría…? —y se interrumpió, porque la única alternativa que de momento se le ocurría era quedarse a vivir con Agarandino y Manni dentro del apestoso Hoyo, y eso no parecía una perspectiva muy agradable. Esa idea lo fastidió aún más; pero no tuvo tiempo de pensar mucho sobre ello, porque un momento después entró en su campo de visión una jovencita de pelo largo y cara aniñada.