—Eso… ha estado cerca —musitó Ran.
—Vámonos de aquí, ¡rápido! —estalló Godorik, levantándose otra vez. Por un breve segundo se preguntó cómo había conseguido vivir durante treinta y dos años una vida tan tranquila; pues, por sus últimas experiencias, comenzaba a parecerle que tal cosa no era nada fácil.
Siguieron avanzando, esta vez por una calle más ancha que les ofrecía pocos lugares para esconderse, en el caso de que se toparan con más hombres armados. A lo lejos se oían cada vez más disparos, voces y ruidos de cristales rotos.
—¿Y la policía? —exclamó Godorik, que en ese momento no estaba en las mejores condiciones para recordar que no le convenía nada encontrarse con la policía—. ¿Dónde está?
—¡La policía no tiene mucho que decir en el nivel 25! —le contestó Ran—. ¿De dónde vienes?
—¡Pero esto es una locura! —protestó Godorik, que seguía sin explicarse el que la Computadora, que siempre quería controlarlo todo, no hubiese intervenido ya.
—¡Qué va, es bastante normal! —dijo Edri alegremente. Para haber estado a punto de morir hacía unos momentos, no parecía muy afectada—. La gente se encierra en sus casas, y ya está. Pero nosotros, hoy… ¡hemos tenido mala suerte!
Godorik pensó que, si a él le hubiese pasado algo así mientras aún vivía en su apartamento en el nivel 16, no lo habría considerado exactamente mala suerte. Al contrario, habría estado seguro de que había empezado la revolución, de que la Computadora estaba ardiendo en el nivel 1 y de que el mundo iba a hundirse de un momento a otro, si es que no lo había hecho ya. Pero no tuvo mucho tiempo para seguir quejándose, porque algo más urgente llamó su atención: tras ellos se escuchaba, acercándose rápidamente, el ruido de un motor.