—Bueno, me temo que estabas demasiado ocupado estando inconsciente y muriéndote como para pedirte permiso —remarcó el doctor, alzando una ceja—. ¿Quién eres y cómo te llamas?
Godorik volvió a pensar sobre toda la situación; controló su furia, y dijo:
—Me llamo Godorik Díaz. Soy empleado en una oficina de patentes.
—¿Empleado de patentes? —se extrañó Agarandino—. Sinceramente, yo pensaba que tendrías un trabajo algo más violento… por lo de los tiros y eso.
—No —negó Godorik, logrando incorporarse un poco—. Vi a unos tipos que acababan de matar a tres personas en un callejón oscuro, y, cuando intenté llamar a la policía, me dispararon a mí también. No sé cómo he llegado hasta aquí, pero el señor… Manx —señaló al robot, que seguía molesto y pasando la aspiradora de la forma más brusca posible— dice que me tiraron al Hoyo y que ustedes me recogieron. En cualquier caso, gracias por salvarme la vida.
—De nada —espetó enérgicamente Manni.
—No hay de qué, hombre —dijo Agarandino.
—A todo esto… —se sobresaltó Godorik—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Qué día es hoy?
—Jueves. Veintisiete de marzo.
—¿De qué año?
—Tranquilo, tranquilo —se rió el doctor—. Del año 557-B. De todas maneras, a no ser que antes de tirarte al Hoyo te metieran en una cámara criogénica, no creo que hayan pasado ni veinticuatro horas desde que te dispararon.
—Menos mal —musitó Godorik.
—¿Ya pensabas que ibas a despertarte en el futuro, en una época completamente distinta a la tuya, o qué? —se burló el doctor—. No, hombre. Eso solo pasa en las holofilmaciones.
—Ya, ya —contestó Godorik—. ¿Cuándo podré levantarme?
—En unos días, como mucho —dijo Agarandino—. ¿Por qué?