—Tengo la idea de que un grupo terrorista está planeando algo en la ciudad —explicó Godorik—. Algo que no puede ser bueno en absoluto. De hecho, creo que los que me dispararon trabajan para ellos.
—Qué interesante —comentó el doctor.
—Pero antes de eso… doctor… —Godorik pareció recordar otra cosa; otra cosa importante—. Tengo que preguntarle… uhm… quiero decir… ¿sigo siendo… anatómicamente correcto?
Agarandino estalló en carcajadas.
—Sí, sí —contestó, enjugándose una lágrima del ojo izquierdo—. Tranquilo. Sí.
Godorik respiró aliviado.
—Volviendo a los terroristas… —dijo—. Tengo que avisar a la policía. —se le ocurrió algo más—. Y a mi novia. Me fui ayer de casa diciendo que volvía enseguida.
—¿Qué es eso de los terroristas? —se interesó Agarandino—. ¿De dónde has sacado esa idea?
—Bueno, los escuché hablar sobre… la verdad es que no sé muy bien sobre qué, pero algo como envenenar el depósito de agua de la ciudad. Y luego vi a los que creo que eran los mismos tipos matando a tres personas —Godorik se encogió de hombros—. Y luego me dispararon.
—Ajam, ajam —asintió Agarandino—. Me parece que tú tampoco lo tienes muy claro.
—Déjeme tranquilo —bufó Godorik.
—Ya. Bueno, tranquilo. Como ya te he dicho, en unos días podrás seguir con tu cruzada.
En ese momento, Manni paró la aspiradora.
—Voy a hacer un té —anunció, con muy malas maneras—. ¿Alguien quiere?
—Yo, querido amigo —dijo el doctor—, pero solo porque sé que eres un ser mecánico, y que no puedes escupir dentro.
Esto cabreó a Manx aún más, y si hubiera podido salir de la habitación dando un portazo lo habría hecho; pero desgraciadamente no había puerta, y tuvo que conformarse con dar una serie de pisotones en su camino a la cocina.