Godorik, el magnífico · Página 16

—¡Pero cuidado, hombre! —gritó Manx—. Controla la altura o te harás daño.

—¡Qué…! —exclamó Godorik—. ¿Cómo…?

—¿No te lo te dicho? —se pavoneó Manni, satisfecho—. Y eso no es nada. Con algo de práctica, podrás saltar decenas de metros casi sin esfuerzo. Podrás hasta salir del Hoyo con un par de saltos, como hago yo.

—Estamos a… ¿cuánto? ¿Cien metros bajo el suelo? —se extrañó Godorik—. No creo que pueda hacer eso.

—Tú hazme caso —Manni hizo un gesto despectivo—. Y no estamos a cien metros bajo el suelo. De hecho, seguimos por encima del suelo.

—Estamos por debajo de la ciudad —protestó Godorik.

—Sí, pero la ciudad es una torre kilométrica que se yergue sobre el paisaje —dijo el robot, agitando el dedo—. Incluso el fondo del Hoyo está por encima del nivel del suelo. ¿Es que no os enseñan estas cosas en el colegio?

—Hace mucho que salí del colegio, Manx.

—Vaya cosa —se burló este—. Y, como los habitantes de la ciudad nunca salís al exterior, no lo sabéis.

Godorik había sido siempre un tipo bastante atlético, y tardó muy poco en encontrarse otra vez en forma. O, bien, no en forma, pero bastante recuperado; lo suficientemente recuperado como para que su impaciencia por volver a la ciudad y aclarar sus asuntos no le permitiese permanecer allí por más tiempo.

—¿Estás seguro de que te encuentras bien? —preguntó Agarandino, cuando su involuntario paciente manifestó su deseo de marcharse—. Será mejor que tengas cuidado. No creo que te hayas acostumbrado aún a esos implantes, y todavía pueden jugarte una mala pasada.

—Eso no importa —aseguró Godorik—. Gracias por todo; pero tengo que irme antes de que me den por muerto o desaparecido, y, peor aún, antes de que esos tipos hagan algo que podamos lamentar.

—Bueno, bueno, como veas —cedió el doctor, tras dirigir a Manx una mirada un tanto sospechosa—. Vuelve a nosotros si tienes algún problema.

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