—¡Aniquilar! —dijo otro, con una carcajada—. Qué palabras utilizas, Gidolet. Que estamos en público, hombre. Yo habría dicho más bien, convencer… o persuadir…
—Ya captáis la idea —dijo un tercero—. Lo mejor será empezar por…
—Un momento —interrumpió uno de los de los rifles, y Godorik se dio cuenta de que miraba en su dirección—. Hay oídos indiscretos por aquí. Será mejor que nos retiremos a otro lugar.
Godorik vio cómo varios le echaban una ojeada, y un momento después se marcharon en dirección a la puerta trasera. Por un momento, se quedó parado en el sitio, muy sorprendido por lo que acababa de escuchar.
«¿Qué planea esta gente?», se preguntó. «¿Qué clase de terroristas son?»
En cuanto pudo asegurarse de que no le veían, les siguió a través de la puerta trasera. Pero a pesar de sus esfuerzos ellos no tardaron en darse cuenta de que los perseguía; uno de los tipos de los rifles le lanzó una mirada asesina, y después de que dijera algo a los demás todos apretaron el paso y se perdieron entre los callejones. Godorik, que estaba en horario de trabajo y no quería alejarse demasiado de la oficina, no trató de seguirles más allá.
—Has conseguido que se marchen, jefe —constató Keriv, admirado, cuando volvió.
—No ha sido muy difícil —bromeó Godorik—. Solo había que mirarles un poco.
—¿Quiénes eran?
— No lo sé —admitió Godorik—, pero avísame si vuelven.
A pesar de que se habían ido pacíficamente, Godorik no pudo dejar de darle vueltas a todo el asunto. Por la noche fue a ver a su novia.
—Me ha ocurrido una cosa muy extraña hoy, Mariana —le dijo—. O me he tropezado con una broma muy elaborada, o me he encontrado con un grupo de terroristas.