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Lo cierto era que Orosc Vlendgeron apreciaba bastante la compañía de Barn, y solía dejarse caer por su bar. Este, situado en la última planta del Fuerte Oscuro, tenía el aspecto de un restaurante circular de estos que rotan, pero sin rotar. La barra, que formaba un medio círculo, estaba a uno de los lados, que comunicaba con la cocina; el resto estaba ocupado por sillas y mesas. Todas las paredes, excepto la que daba a la cocina, tenían grandes ventanales, por los que podía verse a través de los nubarrones el hermoso y desolado paisaje de las faldas de Kil-Kanan.
La cantina cerraba bastante tarde, pero aun de noche el espectáculo que se veía a través de sus ventanas era digno de admirarse. El pico del Kil-Kanan estaba permanentemente cubierto por las nubes en forma de sombra negra que hacían que pudiera verse desde muy lejos, y que envolvían la cantina. Las luces del resto del Fuerte Oscuro (que, a pesar de su nombre, emitía bastante luz; al fin y al cabo, la contaminación lumínica también era una labor maligna) se reflejaban en las nubes con tonos violetas y anaranjados, creando la impresión de un permanente anochecer.
A Orosc Vlendgeron esta vista le gustaba mucho, y solía admirarla sentado a la barra de Barn con una copa en la mano. Sin embargo, en los últimos tiempos estaba más pensativo que de costumbre; tanto, que pasaba más tiempo contemplando el fondo de su vaso que el magnífico efecto lumínico.
—Dime, Barn —interrogó un día al cantinero, mientras este fregaba vasos—, ¿has notado algo últimamente entre los nuevos reclutas?
Barn reflexionó por un momento, aunque sin parar de fregar vasos y sin dejar de lado su actitud habitual: la de que los problemas de sus clientes le importaban un carajo.
—Parecen bastante entusiastas, jefe —comentó.
—¿En qué sentido? —preguntó Orosc, dando un sorbo a la bebida carbonatada de su copa. Beber vino habría sido más adecuado, pero las uvas no crecían muy bien en el ambiente hostil del Kil-Kanan, así que las reservas de alcohol provenían en su mayor parte de asaltos a caravanas benignas que pasaban cerca del Fuerte Oscuro. Lamentablemente, como no pasaban muchas caravanas cerca del Fuerte Oscuro, las existencias de vino eran escasas y era preferible guardarlas para ocasiones especiales; y a Orosc Vlendgeron, como buen líder del Ejército del Mal, le gustaba predicar con el ejemplo.
—Durante los últimos tiempos, todos los nuevos que llegaban eran bastante blanditos —explicó Barn, encogiéndose de hombros—. Blanditos y volubles, sin mucha voluntad para hacer nada. Pero últimamente parece que la cosa está cambiando. Cada vez vienen chicos más jóvenes y más fanáticos, y con creciente entusiasmo por la causa del Mal.
—Excelente —exclamó Orosc, dando otro sorbo a su bebida—. Mis sospechas se confirman.
—¿Qué sospechas, jefe?
—Hasta ahora, hemos vivido en el apogeo del Bien —dijo Orosc—. Lo que llegaba a nosotros, esos jóvenes blanditos y volubles de los que hablas, no eran más que los despojos de la luminosidad. Durante mucho tiempo no pudimos hacer nada más que esperar, y resistir. Y sospecho que lo hemos conseguido: ahora la balanza comienza de nuevo a inclinarse a nuestro favor. El Mal en los corazones de la gente empieza a agitarse de nuevo. —dio otro sorbo a su copa, satisfecho—. Nuestro momento llegará pronto, Barn.