Nina se sonrió ante el plan tan peregrino que se le acababa de ocurrir. Ella era una señorita bien educada, y no hacía tales cosas como colarse en una zona vallada aprovechando que podía caminar sobre el pasamanos del río… pero la idea le hacía bastante gracia; y, lo más importante, Ray la había invitado a pasar y a volver a visitarlo, así que aunque entrase en el recinto no estaba allanando la propiedad de nadie.
Con eso en mente, se pasó el paraguas de una mano a otra, se recogió un poco la falda, y se subió a la baranda. Se dio cuenta enseguida de que, con la llovizna, estaba un poco resbaladiza; no había contado con eso, pero no se dejó arredrar. Con cuidado, pasó por el lugar en el que la verja metálica se apoyaba sobre el pequeño muro; no tuvo problemas para cruzarlo. Después, continuó avanzando por el pasamanos de piedra, sintiéndose ella misma una funambulista.
—Y la gran artista Nina Mercier camina sobre la cuerda floja… —musitó para sí, divertida—. Damas y caballeros, ¡avanza grácilmente y sin miedo a las alturas!
Debía de ofrecer una extraña estampa, haciendo equilibrios sobre el pequeño muro. Pasó junto a la carpa del circo, y cruzó una segunda valla, que separaba este de la zona de las caravanas; pero en este segundo paso la chaqueta se le quedó enganchada en la verja, y, con el paraguas aún en la otra mano, tuvo que retorcerse para soltarla. Después de eso, dio un par más de pasos… y de repente pisó una losa un poco más mojada que las demás, y resbaló; con tan mala suerte que cayó no a su izquierda, donde la baranda se levantaba como mucho un metro del terreno, sino al lado del río, donde el suelo estaba algo más lejos.