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—¿Qué? ¡No! —exclamó la madre, horrorizada—. Solo le afectó a un diente, y era de leche.
—¿Ni siquiera perdió los dientes? —dijo el Fozo, decepcionado—. Pues vaya cosa. Yo tengo un amigo que perdió todos los dientes, y parte de la mandíbula.
La pequeña y adorable Lilí pareció asustarse. La madre, también.
—¿Por la caries? —preguntó.
—No, bueno —explicó el Fozo—. Es que le dieron con un hacha.
—Fozo, cá-lla-te —silabeó Sore cuidadosamente.
—¡Qué horror! —exclamó la madre—. ¡Qué horrible accidente!
—No, no fue un… —el Fozo vio la expresión de Sore, y se calló momentáneamente, desconcertado.
—Claro que fue un accidente —continuó Sore—. Un terrible accidente. Pero no pasa nada, porque le pusieron implantes. Y desde entonces se celebran en el lugar todos los años jornadas de prevención para la seguridad laboral y el buen uso de las hachas.
—Menos mal —dijo la mujer—. ¿Y qué lugar es ese?
—Kil-Kyron —contestó el Fozo inocentemente.
La mujer cambió de expresión. Dejó caer el destornillador, se llevó las manos a la boca, y emitió un chillido.
—¡Ya la has hecho buena! —exclamó Sore—. ¡Vámonos de aquí!
Salieron corriendo, mientras se acercaban un montón de curiosos preguntando qué había pasado y dispuestos a auxiliar a la mujer en problemas. No escucharon lo que se decía, pero tras un momento varias personas comenzaron a perseguirles.
—¡Llamen a los servicios sociales! —oyeron que gritaba alguien.
—¡Corre, maldita sea! —dijo Sore.
Consiguieron salir de la ciudad, aunque perseguidos por lo que parecían cada vez más personas. Por suerte para ellos, no había guardias en el puente, porque todos ellos estaban demasiado ocupados participando en el día contra la caries. Una vez lo hubieron cruzado, trataron de perderse entre los árboles.
—¿Dónde están? ¿Dónde están? —escuchaban a sus perseguidores.
—¡No os preocupéis! ¡Pronto llegarán los servicios sociales! —gritó alguien.
—¡Tenemos que salir de aquí cuanto antes! —dijo Sore, y adentrándose un poco más entre la maleza se dirigieron al lugar donde habían dejado al resto del equipo.
Pati Zanzorn, Avur Vilán y Asimarak Cuu seguían cavando, y ya estaban de tierra hasta las orejas. Pati Zanzorn no había dejado de hablar en todo el tiempo, y Asimarak Cuu aún no había dicho una palabra. Avur Vilán pareció bastante aliviada cuando vio llegar a Sore y el Fozo.
—¡Corred! —gritó Sore enseguida, sin detenerse—. ¡Nos persiguen! ¡Corred, rápido!
Los tres obedecieron esa orden rápidamente, y el equipo trató de poner pies en polvorosa. No obstante, no habían contado con la eficacia de los servicios sociales, que ya habían llegado al lugar.
—¡Van por allí! —gritó uno de los voluntarios, que llevaba prismáticos.
—¡Están entrando en la zona del aserradero! —gritó otro—. ¡Es peligroso! ¡Algunos árboles pueden caerse!
—¡Cuidado! —exclamó otro, intentando avisar a sus perseguidos. Pero ya era demasiado tarde; el traqueteo de tanta gente terminó por hacer que una enorme rama seca que ya estaba suelta se desprendiese del todo, y cayese con gran estrépito sobre Pati Zanzorn, sepultándolo casi por completo.
—Uh… larga vida… al Mal —musitó Pati Zanzorn, y sus ojos se volvieron vidriosos.
—¡No! —gritó Sore Matancianas—. ¡NOOOOOOO!