Lamentablemente, aunque por causas ajenas a la voluntad de Nina, Ray tuvo que esperar bastante. Apenas hacía medio minuto que ella había entrado cuando apareció Jean.
—Hmmr —gruñó Ray, extrañado al verlo por allí, puesto que el servicio de caballeros estaba en el otro extremo del salón—. ¿Cómo está la señorita Géroux?
—Bien —respondió Jean rápidamente—. Mejor —corrigió, y señaló la puerta—. ¿Está Nina ahí dentro?
—Sí —asintió Ray, y contempló boquiabierto cómo Jean pasaba sin dudarlo siquiera—. Oye, ese es el…
Pero nada, demasiado tarde. Jean entró y se encontró a Nina lávandose las manos.
—¿Jean? —se asombró ella—. El baño de los chicos está al otro lado de la sala.
—Ya —dijo él—. Nina, escucha… ese es el tipo del circo, ¿verdad?
Ella sonrió.
—No pensaba que estuvieses prestando tanta atención como para acordarte de él —comentó, divertida.
Él frunció el ceño.
—¿Cómo lo has conocido? —preguntó.
—Por casualidad —mintió ella. Él la miró con expresión crítica.
—¿Por qué lo has traído aquí?
—¿Por qué has traído tú a la señorita Géroux?
—Nina, eso es diferente —protestó Jean, aunque con cara de no estar tampoco muy seguro de por qué era diferente—. Concedo que Annabelle es un poco… tonta, pero sigue siendo una señorita. ¿Crees que es buena idea relacionarse con ese hombre? ¿Saben esto tus padres?
—¿Por qué dices eso? —protestó ella, resentida—. ¿Por qué no debería creer que es una buena idea? ¿Y quién pensabas que era, de todas maneras, y por qué no te molestaba entonces?