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—Uhm… ehmm… —titubeó Zanzorn—. ¿Mi trabajo?
Vlendgeron bufó como un puma cabreado.
—Pues entonces —barbotó— deja tu estúpido trabajo y ven conmigo.
Se dio la vuelta y salió de la habitación con pasos enérgicos. Zanzorn miró a su equipo, un poco desconcertado, y salió detrás de él. Ícaro Xerxes se levantó, con gran dignidad, y los siguió también.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Zanzorn, encogiéndose de hombros.
—Escucha —dijo Orosc—. Hay una cría que ha huido de Surlán, y la madre, que es una vieja loca pero puede que tenga algo de razón, dice que si cae en manos del Bien tendremos problemas.
—¿Por qué? —preguntó el jefe de inteligencia.
—No tengo ni idea —concedió Orosc—. Dice que es un faro de luz, o algo así. Yo creo más bien que es una maldita imbécil de corazón puro que cantará como una cotorra en cuanto la avisten los servicios sociales. En cualquier caso, tenemos a su perro, y quiero que lo uses para intentar encontrarla.
—¿Su perro? —preguntó Zanzorn—. ¿Qué perro?
—El perro que… —Vlendgeron miró a su alrededor. El perro había desaparecido—. ¿Dónde está ese chucho?
Ícaro Xerxes echó una ojeada a la sala que acababan de abandonar. Volvió a entrar, y salió un momento después arrastrando al perro por el collar.
—Aquí está —dijo, mientras el perro gruñía amenazadoramente.
—¡Oh, qué chucho más encantador! —babeó Zanzorn—. ¿Y qué hago con él?
—Tú sabrás —dijo Vlendgeron—. Tú eres el jefe de inteligencia. Aquí tienes también a este chaval, que la ha perseguido hasta las tierras del Bien y ha traído al perro. Haz lo que veas.
Dicho esto, se dio la vuelta y se alejó, aún dando pisotones. Zanzorn, un poco desconcertado, miró a Ícaro Xerxes.
—Bueno, pues a ver qué hacemos —comentó—. ¿Qué sabes de perros?
—Soy un experto manejando todo tipo de animales —afirmó Ícaro Xerxes.
—Genial —canturreó el jefe de inteligencia, muy contento—. Vamos a buscar una correa y dar un paseo.