Efectivamente, la ventana era corredera, y, en un golpe de suerte, ni siquiera estaba bien cerrada; solo lo parecía desde fuera. Godorik la abrió con mucho cuidado, para que no hiciese ruido, y se metió dentro.
Una vez allí, solo le quedaba encontrar el registro. La planta estaba relativamente vacía; solo tenía tres o cuatro ordenadores de último diseño, muy estilizados, y un gran armatoste computacional en el centro de la habitación. Godorik se imaginó que este conectaría con el Registro General, y se acercó.
Tocó una tecla con el dedo, y el cacharro despertó de su letargo. En la pantalla aparecieron las palabras REGISTRO GENERAL, POR FAVOR SELECCIONE UNA OPERACIÓN. Godorik seleccionó la opción BÚSQUEDA e introdujo el nombre de Gidolet. El ordenador le sacó una lista con los datos de siete ciudadanos vivos y trece ya fallecidos apellidados Gidolet, y uno de nombre Gido y de apellido Let. Godorik, que no quería arriesgarse, los seleccionó todos y los copió a un disco de memoria. Después de eso, borró la búsqueda y dejó que el armatoste volviera a aletargarse.
Salió de la Oficina Central por la misma ventana por la que había entrado; y consiguió llegar a suelo firme sin que, al parecer, nadie le viera. A decir verdad, Godorik se había temido que acabaría metido en una nueva persecución policial; pero, extrañamente, el nivel 1 no estaba excesivamente vigilado, a pesar de que una serie de carteles bien grandes advertían a los transeúntes que había cámaras por todas partes. De todas maneras, más valía no arriesgarse; volvió al mismo poste de transporte por el que había subido, y se introdujo de nuevo en él. (Por un momento había penado en buscar un poste de bajada, pero probablemente eso habría sido inútil. La máquina le habría dicho que superaba el límite de peso permitido y se habría negado a abrir la compuerta.) Como ya sabía donde estaban las bisagras de las portezuelas que le cerraban el paso hacia abajo, no le resultó difícil abrir estas, al igual que tampoco le había resultado difícil antes. Sin más dificultades, bajó por el tubo de un salto, esperando (justificadamente) que los muelles de sus rodillas amortiguaran el impacto.
Salió del tubo en el nivel 10, y se dirigió hacia las escaleras; pero apenas había avanzado unos pasos cuando se volvió de nuevo hacia el poste. Las escaleras estaban lejos, y ¿por qué no podía aprovechar aquel recién descubierto medio de transporte? Consiguió bajar por el conducto hasta el nivel 11, y de ahí al 12; y así hasta el 18, cuando decidió que estaba harto de abrir compuertas, y que probablemente en los niveles más bajos ya no habría tantas cámaras de seguridad, así que se acercó al centro del nivel y se lanzó por el Hoyo.
Cada vez tenía más y más práctica en aquello de navegar a saltos por la ciudad; en esta ocasión, no tuvo casi ningún problema para saltar de pasarela en pasarela, y llegó a la guarida de Manni y Agarandino minutos después.
—¿Ya estás aquí? —lo saludó el robot—. ¿Cómo ha ido?
—Bien, espero —contestó Godorik, esgrimiendo el disco de memoria—. Ahora lo comprobaremos.