El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 33

33

—Uhm… ehmm… —titubeó Zanzorn—. ¿Mi trabajo?

Vlendgeron bufó como un puma cabreado.

—Pues entonces —barbotó— deja tu estúpido trabajo y ven conmigo.

Se dio la vuelta y salió de la habitación con pasos enérgicos. Zanzorn miró a su equipo, un poco desconcertado, y salió detrás de él. Ícaro Xerxes se levantó, con gran dignidad, y los siguió también.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Zanzorn, encogiéndose de hombros.

—Escucha —dijo Orosc—. Hay una cría que ha huido de Surlán, y la madre, que es una vieja loca pero puede que tenga algo de razón, dice que si cae en manos del Bien tendremos problemas.

—¿Por qué? —preguntó el jefe de inteligencia.

—No tengo ni idea —concedió Orosc—. Dice que es un faro de luz, o algo así. Yo creo más bien que es una maldita imbécil de corazón puro que cantará como una cotorra en cuanto la avisten los servicios sociales. En cualquier caso, tenemos a su perro, y quiero que lo uses para intentar encontrarla.

—¿Su perro? —preguntó Zanzorn—. ¿Qué perro?

—El perro que… —Vlendgeron miró a su alrededor. El perro había desaparecido—. ¿Dónde está ese chucho?

Ícaro Xerxes echó una ojeada a la sala que acababan de abandonar. Volvió a entrar, y salió un momento después arrastrando al perro por el collar.

—Aquí está —dijo, mientras el perro gruñía amenazadoramente.

—¡Oh, qué chucho más encantador! —babeó Zanzorn—. ¿Y qué hago con él?

—Tú sabrás —dijo Vlendgeron—. Tú eres el jefe de inteligencia. Aquí tienes también a este chaval, que la ha perseguido hasta las tierras del Bien y ha traído al perro. Haz lo que veas.

Dicho esto, se dio la vuelta y se alejó, aún dando pisotones. Zanzorn, un poco desconcertado, miró a Ícaro Xerxes.

—Bueno, pues a ver qué hacemos —comentó—. ¿Qué sabes de perros?

—Soy un experto manejando todo tipo de animales —afirmó Ícaro Xerxes.

—Genial —canturreó el jefe de inteligencia, muy contento—. Vamos a buscar una correa y dar un paseo.

Godorik, el magnífico · Página 46

Pese a todo, el nivel en sí parecía bastante tranquilo; siendo de noche, además, la gente estaba metida en sus casas, y nadie molestó a Godorik mientras paseaba por las calles. También las escaleras estaban desiertas, y hasta los ascensores; pero no se arriesgó a coger uno, y prefirió andar. No porque fuese tan fanático del ejercicio, pero porque estaba seguro de que había cámaras por todas partes, y si a alguno de los policías sentados frente a las pantallas de vigilancia le daba por despertarse y tomarse la molestia de contrastar su cara con las del archivo, no tardarían en ir a por él; y en ese caso, si iba en ascensor y paraban este, estaría atrapado, mientras que por las escaleras al menos podría recurrir al truco de tirarse por el hueco y rezar por tener la misma suerte que la primera vez.

Cuando llegó al nivel 10, ya había pasado la medianoche, y estaba tan fatigado que se sentó a descansar un rato. Hasta sacó el zumito procesado que le había dado Manni, del que se había reído hasta la saciedad cuando había intentado endosarle aquella merienda para niños.

—Tú ríete —se había ofendido Manni, aunque aún así se lo había metido a la fuerza en el bolsillo—, pero las vitaminas son buenas para los seres biológicos.

Terminó su picnic y volvió a levantarse. Fue a subir las escaleras hasta el nivel 1, pero en cuanto puso un pie sobre el primer escalón, se percató de que arriba había guardias de seguridad. Podía arriesgarse e intentar pasar junto a ellos; pero era casi seguro que lo detendrían y le harían algunas preguntas, como poco. Aún en el caso de que no pasara nada más, Godorik no se sentía en ese momento muy capaz de dar respuestas convincentes, así que buscó otra forma de subir.

Godorik, el magnífico · Página 45

—Gracias —contestó Godorik, y, tras un momento de duda, tomó impulsó y saltó hacia la plataforma.

Para su sorpresa, esta vez apenas se desvió un poco de su trayectoria, y el impulso que había cogido resultó no ser suficiente para que se hiciera daño cuando se estampó contra la pared. Relativamente satisfecho ante su cada vez mayor control de sus nuevas habilidades, se frotó la nariz y saltó hacia la siguiente pasarela. Aterrizó casi sin problemas, y continuó saltando, cada vez con menos dificultad; tanto que pronto intentó saltarse una plataforma y dar un salto un poco más grande. Eso no fue tan bien; se resbaló y estuvo a punto de caer; pero consiguió agarrarse, y logró volver a subir. Esto lo envalentonó; y, cuando llegó al borde del Hoyo, estaba bastante satisfecho y tenía mucha más confianza en sus propias recién adquiridas capacidades.

Por supuesto, se encontró en el nivel 27; pero necesitaba subir hasta el 1. En realidad, la forma más rápida de llegar sería seguir saltando, pero se imaginó que si alguien lo veía brincando Hoyo arriba llamaría un poco la atención. Así que, en su lugar, se dirigió hacia las escaleras.

El nivel 27 era el barrio de más baja estofa de Betonia, el que tenía los alquileres más bajos y donde vivían gran parte de los desgraciados que tenían apenas rango de seguridad rojo, el más básico posible (si uno no era un criminal en busca y captura, como era Godorik en ese momento, y le habían anulado todos los permisos). El pase rojo era bastante inútil para casi cualquier cosa; Godorik, que nunca había estado por debajo del naranja, no estaba muy seguro de a qué daba derecho y a qué no, pero no le hubiera extrañado saber que no servía ni para proporcionar acceso no ya al registro general, sino al de las oficinas particulares de la Computadora. Betonia era un poco injusta para muchas cosas.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 32

32

El joven estabilizó como pudo el rascacielos de cajas, y hurgó por un momento en un frasco de cristal que tenía detrás. Sacó un cacho de una plasta amarillenta y maloliente, que lanzó en dirección a Pati Zanzorn.

—Gracias, Lusis —dijo este, y se lo metió en la boca y comenzó a mascar.

—¿Qué es eso? —preguntó Ícaro Xerxes.

—Grrrmpfa mm mafffmr rrmpfofimma —contestó Zanzorn. Escupió la goma y, moldeándola con la mano, la introdujo en uno de los huecos que había entre los palillos de la estructura.

—Uno… dos… —empezó a contar el hombre.

—¡Al suelo! —gritó la mujer. Ícaro Xerxes, con sus incomparables reflejos, se tiró al suelo inmediatamente; Orosc primero miró a su alrededor como un tonto, sin entender qué ocurría.

—¡Al suelo! ¡Cuidado! —gritó Pati Zanzorn, agachándose también.

Pero era demasiado tarde; la plasta gomosa explotó con un fuerte «plof», llenándolo todo de humo y lanzando palillos como proyectiles a los cuatro rincones de la habitación.

—Qué… —exclamó Vlendgeron, que seguía en pie, y al que no le había pasado nada, a pesar de que durante un momento había visto su vida pasar ante sus ojos—. ¡ZANZORN!

—¿Os encontráis bien? —carraspeó el jefe de inteligencia, levantándose. Ícaro Xerxes se incorporó también; y, en ese momento, la torre de palillos, que pese al agujero en su costado aún no había sucumbido, se hundió espectacularmente y con gran estrépito.

—¡Bien! —exclamó la mujer—. ¡Hemos encontrado un nuevo punto débil!

—¡Apuntad: segunda planta, ala norte! —gritó Zanzorn, olvidando rápidamente todo lo demás. El hombre se abalanzó sobre un bloc de notas que había colgado en la pared, y comenzó a escribir furiosamente.

Vlendgeron se rascó la cabeza, se sacudió un par de palillos del pelo, y contempló los restos de la torre.

—¡ZANZORN! —volvió a bramar. Pati Zanzorn se encogió momentáneamente—. ¿Qué te crees que estás haciendo?

Godorik, el magnífico · Página 44

La noche siguiente, Godorik salió de la cueva de Agarandino y Manx, acompañado por el robot.

—No pienso volver a pasar por el lío del montacargas y esa planta de operarios lechuguinos —comentó el hombre, fastidiado—. Manni, vas a enseñarme cómo saltar fuera de este agujero.

—¿Planta qué de operarios qué? —pitó Manni—. Es muy fácil; solo tienes que saltar. Sabes saltar, ¿no?

—Sabía saltar antes de que me quitasen mis piernas —gruñó Godorik—. Y no me parece tan fácil. ¿Dónde tengo que saltar? Porque, piernas metálicas o no, no creo que pueda salir del Hoyo con un solo salto.

—No, probablemente no —concedió Manx—. Eso no puedo hacerlo yo tampoco. Te harán falta por lo menos dos… Quizás sea mejor que des unos pocos, ya que es la primera vez. No queremos que te caigas y te triture la centrifugadora, ¿verdad?

—No —supuso Godorik.

—Mira, ¿ves esas plataformas? —indicó Manni, señalando las pasarelas sobre las que Godorik había ido aterrizando al bajar—. Puedes ir saltando de una a otra.

—Ya fui bajando por ellas —musitó Godorik—. De hecho, seguro que me cargué un par de asideros al caer.

—No, esas cosas son robustas —Manni emitió su pitido de encogerse de hombros—. No se caerán. Tú inténtalo.

Godorik suspiró, y miró hacia la plataforma más cercana.

—¡Ah!, y si te caes, o no llegas, no te preocupes —lo animó Manni—. Procura agarrarte a lo que puedas, y vuelve a saltar. Si llegas a caer abajo del todo —carraspeó—, lo que puede pasar, puesto que sigues teniendo un cerebro biológico imperfecto…

—Vale, vale —se exasperó Godorik.

—En fin, que si llegas al fondo, no pasa nada —dijo el robot—. Mientras que no dejes que la membrana te trague, todo irá bien.

—Me preocupa más romperme el cuello —replicó Godorik—. Supongo que eso no podéis arreglarlo tan fácilmente, ¿verdad?

Manni pitó de nuevo.

—Suerte —dijo.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 31

31

Orosc e Ícaro Xerxes entraron en la oficina de inteligencia, y tomaron el pasillo a la derecha, tercera puerta a la derecha también. Se trataba de una puerta metálica, junto a la cual colgaba un letrero con el rótulo de «Operaciones Secretas», y un post-it pegado encina de él que rezaba «se ruega no molestar». Vlendgeron llamó con los nudillos.

—¡Ahora no! —gritó alguien desde dentro.

—¡Abran la puerta, maldita sea! —vociferó Vlendgeron, volviendo a su papel de líder maligno furibundo. Detrás de la puerta se escuchó un murmullo incómodo.

—¿Quién es? —preguntó la misma voz, que parecía la de Pati Zanzorn—. ¡Si es el Gran Emperador, que vuelva a llamar!

Orosc suspiró, y llamó otra vez. Se escuchó un nuevo ruido, y Pati Zanzorn abrió la puerta.

—Pasad, pasad, vuestra Malignidad —dijo, y añadió, tan casualmente como si acabase de encontrarse a un conocido en el bar—. ¿Qué tal?

—Tengo trabajo para ti, Zanzorn —dijo Vlendgeron, y miró a su alrededor con extrañeza—. ¿Qué estáis haciendo?

El cuarto estaba lleno de cajas de palillos de dientes, descuidadamente apiladas por las cuatro esquinas. Un chaval sostenía una torre de cajas que estaba a punto de volcar, mientras un hombre y una mujer construían, en el centro de la habitación, una caótica estructura con cola de contacto y palillos de dientes.

—¿Esto? —preguntó Zanzorn—. Estamos construyendo un modelo de la atalaya de vigilancia de la ciudad de Calbalplapa, para ver cómo podemos aprovechar sus puntos débiles.

—¿Una atalaya de vigilancia? —dijo Vlendgeron mirando la torre, que parecía más bien algún género fallido de lanzadera espacial; pero no hizo más comentarios.

—Oh sí —asintió Zanzorn, y siguió parloteando con entusiasmo—. En el caso de que nuestros enemigos decidieran atacarnos, la atalaya de Calbalplapa sería un lugar estratégico, y nuestro modelo la reproduce con gran fidelidad. Tenemos que reconstruirlo de tanto en cuanto, pero nuestra investigación está teniendo resultados muy interesantes. —se volvió hacia el chavalillo—. ¡Lusis! ¡La goma!

Godorik, el magnífico · Página 43

—¿Y crees que a mí sí? —respondió él—. Ni siquiera estoy seguro de lo que ha pasado en los últimos días.

Mariana frunció el ceño, pero no protestó más.

—¿Cuándo piensas hacer todo esto? —preguntó.

—Mañana por la noche —dijo él—. Iría hoy, pero estoy hecho trizas.

—El doctor recomienda reposo —silbó el doctor.

—Te acompañaré —dijo Mariana.

—No digas tonterías —bufó Godorik—. Todo esto es para no involucrarte a ti.

—Godorik, estoy preocupada —reconoció—. Todo esto es demasiado inusual.

—Lo es, pero es lo que hay —dijo él—. No te preocupes, Mariana. Todo irá bien, y, cuando necesite tu ayuda, ya te la pediré.

—Espero que lo hagas —espetó ella.

—Y ahora lo mejor será que te vayas —aconsejó él—, antes de que alguien sospeche.

—Estás siendo demasiado paranoide —musitó Mariana—. Métete en la cama y duerme.

Godorik no se opuso a esta idea, y, tras pedirle a Mariana un par de detalles sobre la Oficina Central y cómo tenía que consultar el registro, cada uno se fue a su casa y a su cama.

Godorik, el magnífico · Página 42

—No. No hagas eso —se negó Godorik—. ¿Qué rango de seguridad hace falta para consultar ese registro?

—Verde, creo —dudó Mariana.

—Yo soy amarillo —bufó Godorik, fastidiado—. Aunque ahora, en realidad, como estoy en busca y captura, imagino que he caído por debajo del rojo.

—¿Por qué no quieres que te lo busque yo? —preguntó Mariana.

—Porque, como tú dices, estoy siendo paranoide —replicó él, y no quiero que, si alguien consulta las bitácoras, vea que has estado buscando nombres extraños. ¿Hace falta el pase verde para hacer la búsqueda en sí?

—No —contestó Mariana, y después rectificó—. A ver. Puedes consultar el registro desde cualquier oficina de la Computadora, como ciudadano particular, pero no creo que eso te proporcione ninguna información relevante. Para ver todos los datos disponibles, hay que ir al registro general en la Oficina Central. Necesitas el rango de seguridad verde para que te dejen entrar al edificio, pero no para consultar el ordenador una vez dentro.

—Eso lo hace todo mucho más fácil —celebró Godorik—. Entonces, iré yo.

—¿Has escuchado lo que te he dicho? —se molestó Mariana—. ¿Cómo piensas entrar en la oficina, lumbreras?

—La Oficina Central es la que está junto a la Columna Uno, ¿verdad? —preguntó él.

—Sí —dijo ella—, pero…

—Entraré por una ventana —explicó él.

—Estás loco —exclamó Mariana—. Primero, no sé cómo vas a escalar la fachada, y segundo, te pillarán seguro.

—Me las arreglaré —aseguró Godorik—. Mariana, me he despertado de repente convertido en un cyborg, y el Comisario General ha intentado arrestarme por ello; también puedo aprovecharlo.

—Todo esto no me gusta —gruñó Mariana.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 30

30

—Sin embargo —repitió Ícaro Xerxes, incansable—, he logrado encontrar a su perro, que me ha seguido hasta aquí.

Efectivamente, y aunque llevaba un rato sin ladrar, Blancur seguía pisando los talones del joven.

—¿Perro? ¿Qué perro? —se extrañó Vlendgeron, al que nadie le había dicho todavía nada de ningún perro.

—El fiel perro de la señorita Marinina Crysalia Amaranta Belladona —explicó Ícaro Xerxes—. Temo que se trate de un animal benigno, pero, dadas las circunstancias…

—¿Animal benigno? ¿Ese chucho? —se burló Orosc—. Ese chucho tiene menos de benigno que tú y que yo. ¿No ves qué mandíbulas tiene? Mira, mira cómo te mira con ganas de contagiarte la rabia.

Ícaro Xerxes dirigió al perro una cara de pocos amigos.

—En ese caso, me siento menos culpable por haberlo conducido hasta el Fuerte —dijo—. Pero, en cualquier caso, la idea era que el perro puede ayudarnos a encontrar a su ama.

—Sí, por qué no —Orosc Vlendgeron se encogió de hombros, y bruscamente volvió a su faceta vociferatoria y comenzó a gritar a las paredes—. ¡Pati Zanzorn! ¿Dónde está ese Pati Zanzorn? ¡Que alguien lo busque inmediatamente!

Lamentablemente, no había en ese momento nadie cerca que pudiese cumplir esa orden, así que Vlendgeron e Ícaro Xerxes hicieron lo más práctico y se encaminaron a la oficina del servicio de inteligencia, en el cuarto piso. Como la población del equipo de inteligencia era rica en Pati Zanzorns, era extremadamente probable que encontrasen al menos a uno allí… lo que efectivamente ocurrió.

—¿Qué quieren? —preguntó el recepcionista, Pati Zanzorn, a través de la ventanilla, cuando vio que alguien se acercaba—. ¡Oh, Gran Emperador! —exclamó, en cuanto se dio cuenta de quién era su invitado, y comenzó a gesticular amigablemente con ambas manos—. ¡Qué alegría veros por aquí!

—Sí, sí —contestó Orosc—. Tenemos que hablar con el jefe de inteligencia.

—Está un poco ocupado ahora mismo —explicó Pati Zanzorn—, pero si queréis os creo un doble.

—No, mejor no —decidió Orosc, tras un confuso momento de duda—. ¿Se le puede interrumpir, o no?

—No, pero como vos sois el Gran Emperador, podéis hacer lo que queráis —aclaró Pati Zanzorn—. Está en la sala de Operaciones Secretas; el pasillo a la derecha, tercera puerta a la derecha también.

—Vamos —dijo Vlendgeron, haciendo un gesto a su acompañante.

Godorik, el magnífico · Página 41

—¿La resistencia contra qué? —preguntó Mariana.

—Contra la Computadora, por lo que se ve —suspiró Godorik, hastiado.

—¿Contra la Computadora? —exclamó ella—. ¿Son de esos conspiracionistas?

—Nosotros —remarcó Agarandino— somos los defensores de la verdad.

—Oh, no —se quejó Mariana—. Más conspiracionistas. Hay conspiracionistas hasta dentro del Hoyo.

Siguió una fuerte bronca. Mariana insistía en que todos los conspiracionistas eran unos chiflados y Agarandino tronaba que todos los empleados de la Computadora eran lacayos complacientes del tirano opresor. Godorik observó todo aquello con impaciencia creciente, hasta que acabó pegando un puñetazo sobre la mesa.

—¡Basta ya! —exclamó. Agarandino, Manni y Mariana se callaron por un momento y lo miraron—. Doctor, yo soy (o era) un empleado de la Computadora. ¿Se cree usted que soy un lacayo de nadie? —espetó—. Y, Mariana: he ido a la policía con una denuncia grave, que por lo menos merecía que se investigase un poco; y ¿qué ha pasado? Han intentado detenerme. No me digas que no hay aquí algo que huele raro, y que todo son teorías conspiratorias absurdas.

—Pffffff —se quejó Mariana—. Está bien, es un poco raro.

—Y pienso hacer algo sobre ello —añadió Godorik—. Estoy muy escamado, Mariana. Tengo que encontrar a ese Gidolet, y averiguar qué pretende. Quizás no sea nada, pero, a estas alturas, lo dudo.

—¿Qué sabes de él? —preguntó ella.

—Casi nada —reconoció él—. Sé que lo llamaban Gidolet, que quiere hacer algo que necesita piezas; que está matando gente y buscando algo, y que no estará contento si no lo encuentra; y que… —reflexióno—. Creo recordar que escuché algo de «cyborgs descerebrados», pero no me acuerdo bien.

—No es mucho, pero es algo para empezar —dijo Mariana—. Si quieres, consultaré el registro y te sacaré una lista de todos los ciudadanos que se llamen Gidolet.