La noche siguiente, Godorik salió de la cueva de Agarandino y Manx, acompañado por el robot.
—No pienso volver a pasar por el lío del montacargas y esa planta de operarios lechuguinos —comentó el hombre, fastidiado—. Manni, vas a enseñarme cómo saltar fuera de este agujero.
—¿Planta qué de operarios qué? —pitó Manni—. Es muy fácil; solo tienes que saltar. Sabes saltar, ¿no?
—Sabía saltar antes de que me quitasen mis piernas —gruñó Godorik—. Y no me parece tan fácil. ¿Dónde tengo que saltar? Porque, piernas metálicas o no, no creo que pueda salir del Hoyo con un solo salto.
—No, probablemente no —concedió Manx—. Eso no puedo hacerlo yo tampoco. Te harán falta por lo menos dos… Quizás sea mejor que des unos pocos, ya que es la primera vez. No queremos que te caigas y te triture la centrifugadora, ¿verdad?
—No —supuso Godorik.
—Mira, ¿ves esas plataformas? —indicó Manni, señalando las pasarelas sobre las que Godorik había ido aterrizando al bajar—. Puedes ir saltando de una a otra.
—Ya fui bajando por ellas —musitó Godorik—. De hecho, seguro que me cargué un par de asideros al caer.
—No, esas cosas son robustas —Manni emitió su pitido de encogerse de hombros—. No se caerán. Tú inténtalo.
Godorik suspiró, y miró hacia la plataforma más cercana.
—¡Ah!, y si te caes, o no llegas, no te preocupes —lo animó Manni—. Procura agarrarte a lo que puedas, y vuelve a saltar. Si llegas a caer abajo del todo —carraspeó—, lo que puede pasar, puesto que sigues teniendo un cerebro biológico imperfecto…
—Vale, vale —se exasperó Godorik.
—En fin, que si llegas al fondo, no pasa nada —dijo el robot—. Mientras que no dejes que la membrana te trague, todo irá bien.
—Me preocupa más romperme el cuello —replicó Godorik—. Supongo que eso no podéis arreglarlo tan fácilmente, ¿verdad?
Manni pitó de nuevo.
—Suerte —dijo.