Él volvió a cerrar, y se dirigieron hacia la estación de metro. Por el camino, Nina no pudo evitar dar rienda suelta a su curiosidad.
—Dijiste que Capuleto era tu tío, ¿verdad? —preguntó.
—No —negó Ray, y un momento después rectificó, con el aire de a quien han pillado en una mentira—. Es decir, sí, lo dije. Llevo muchos años viviendo con él, y a veces lo presento como mi tío, pero en realidad no somos parientes. Es como… mi mentor, si quieres.
—¿Tu mentor?
—Sí, él me enseñó todo lo que sé —asintió Ray—, en esto del circo.
—¿Y tus padres? —preguntó Nina.
—No tengo —Ray se encogió de hombros.
—Dios mío, lo siento —se horrorizó ella—. ¿Murieron?
—¿Qué? No, no —contestó rápidamente él—. Pero mi familia está muy lejos, y llevo mucho tiempo sin verlos… y, en realidad, a estas alturas Capuleto es más un padre para mí de lo que nunca fueron mis padres verdaderos.
Nina no quiso seguir indagando, pero se quedó con mal sabor de boca. Cuando llegaron a la estación, se volvió a Ray.
—Gracias por dejarme la ropa —recordó—. Te la devolveré en cuanto pueda, te lo aseguro.
—No hay problema —respondió Ray, desechando las prisas con un gesto.
—No sé si podré venir mañana —musitó ella—, pero el viernes habré terminado las clases, y tendré tiempo hasta Navidad.
Él sonrió, y antes de que se fuera le estampó un beso furtivo en la frente.
—Ven cuando quieras —la invitó.