Cualquier otro lugar · Página 68

El jefe (o lo que es lo mismo, el jefe de pista, que era quien hacía de mandamás en aquel circo) no se quedó, en efecto, nada contento, pero al contrario que Capuleto no montó una escena. Demostró su desaprobación con palabras cortantes que sin embargo a Ray le resbalaron por completo; y, una vez que quedó zanjado que Pierre podía y quería sustituirlo, solucionando el problema de que se quedase un hueco vacío en el programa, se quedó con la conciencia tranquila, y no pudo pedir más. Tras llenar un par de bolsas de viaje con sus cosas, que no eran demasiadas, Capuleto y él orquestaron el equivalente a una despedida lacrimógena, que incluyó una gran cantidad de palabrotas y el destrozo de otra pieza de la vajilla.

—Os traeré una nueva taza antes del lunes —fue la última frase de Ray, en tono jocoso, antes de salir por la puerta con sus bultos a cuestas.

Se dirigió enseguida al apartamento de Nina. Esta pareció un poco sorprendida al verlo aparecer de repente con todas sus cosas.

—¿Has hablado con ellos? —preguntó, pues Ray no le había dicho nada antes de marcharse—. ¿Cómo ha ido?

—Tan bien como podía ir —admitió él, dejando las bolsas junto al sofá y sentándose—. Pero, bastante bien.

—¿Se han enfadado? —temió Nina.

—No —resumió Ray. Se echó hacia atrás, y al cabo de un momento agregó—. Nina, no me voy a quedar aquí mucho tiempo. En cuanto encuentre un trabajo me buscaré un piso.

—Lo que quieras —trató de no presionarlo ella, aunque secretamente dispuesta a hacerlo cambiar de opinión—. Tienes que hacer lo que te parezca mejor.

Después, como él no contestaba, y parecía perdido en sus pensamientos, añadió:

—Petardo.

—Petarda tú —le espetó Ray, intentando atraparla entre sus brazos; y acabaron lanzándose cojines y rodando sobre la alfombra.

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