Alina Michaud tenía ya varios hijos, el más pequeño de los cuales tenía cinco años; y la mayor parte de las conversaciones de las dos esposas, si no iban sobre las últimas novedades de la moda o los chismorreos de su círculo social, eran sobre los niños. Nina no tardó en desear tener hijos también, y el señor Guillory, que en aquel momento aún prestaba algo de atención a su joven esposa y no solo a sus negocios, se sumó a la idea casi con entusiasmo. Pasó algo de tiempo hasta que Nina se quedó embarazada; pero, apenas un año después, nació el pequeño Gervais Guillory.
Después de eso, Nina empezó a tener tiempo para poco; su hijo, y la educación de su hijo, ocupaban toda su atención. Dos años más tarde nació la hermanita de Gervais, Mélisande; y otros tres años después, Frédéric, la luz de los ojos de su madre. Con tanto que hacer, y tantos niños a los que llevar al parque a pasear, Nina casi se olvidó de todo lo demás; no le importó que su marido pasase cada vez más y más tiempo en el trabajo, que prácticamente ya no tuviesen nada que contarse, y que se limitasen, en las ocasiones sociales a las que asistían, a mantener una apariencia de matrimonio respetable y unido. Al fin y al cabo, sus hijos la necesitaban.
Cuando Frédéric cumplió los catorce años, sin embargo, y se negó definitivamente a seguir colgado de las faldas de su madre, Nina se sintió descorazonada. Su día a día empezó a parecerle aburrido; su marido, insulso; sus amigos, monótonos y repetitivos. Incluso Jean, que se había casado hacía ya mucho tiempo, no hablaba más que de acciones y dividendos; y, en una ocasión en la que Nina volvió a mencionarle el circo, soltó una carcajada y lo desestimó como tonterías de juventud, y después cambió de tema.
Desconcertada y un tanto dolida, Nina se volvió hacia Alina Michaud.