El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 40

40

El súbito (o no tan súbito) estallido del Gran Emperador pareció coger a todo el mundo por sorpresa, excepto a Ícaro Xerxes, claro está, que era tan molón que nada podía cogerlo por sorpresa. Pati Zanzorn se escondió detrás del trono, y hasta Brux Belladona dio un paso atrás.

—¡Sois todos unos inútiles! —declaró Orosc Vlendgeron—. ¡Estoy hasta las narices de vuestras payasadas! Ahora mismo, vosotros, y me refiero a todos vosotros, vais a coger ese perro y a encontrar a esa muchacha antes de que los servicios sociales le sorban el cerebro y nuestros datos por la nariz. ¿Entendido?

—¿Perro? —preguntó Brux Belladona, a la que la intimidación no le duraba mucho—. ¿Qué perro?

—Ese perro —respondió Vlendgeron, señalándolo.

Brux volvió la mirada hacia Blancur.

—¡Eso! —exclamó con sorpresa—. Eso no es un perro.

—¿Cómo que no es un perro? —repitió el Gran Emperador, a punto de perder la poca paciencia que le quedaba.

—Claro que no es un perro —insistió Belladona, firme—. Es un camaleorro.

—¿Un qué? —preguntó Orosc, confundido.

—Un camaleorro —repitió Brux—. Un perro injertado con genes de camaleón, que posee la capacidad de adecuarse a la mentalidad de quienes estén a su alrededor. Es una creación genética especialidad de mi familia.

—Huh —comentó Vlendgeron.

—Nunca se lo dije a Maricrís, por supuesto —Brux se encogió de hombros—. Ella no sabe que su preciosa mascota es genéticamente voluble.

—Pero, estos camaleorros —rezongó el Gran Emperador—, serán intrínsecamente malignos, ¿no?

—Por supuesto —aseguró Brux.

—Menos mal —suspiró Orosc.

—Pues vaya una cosa —comentó Pati Zanzorn—. Nos ha engañado a todos.

—A mí no —dijo Ícaro Xerxes; y, por supuesto, él no se había tragado ni por un momento que aquello era un perro.

—Pero entonces —quiso saber Zanzorn—, ¿tiene sentido del olfato? ¿Puede guiarnos hasta la interfecta?

—¡Claro que tiene sentido del olfato! —aseguró Brux—. Las creaciones genéticas de mi familia son increíblemente avanzadas. Tiene todas las facultades de un perro, algunas más, y además se mimetiza con el entorno, y copia las cualidades de los que están a su alrededor.

—Eso explicaría algunas cosas —gruñó Vlendgeron—. Entonces, ¿mientras esté rodeado de inútiles será incapaz de hacer un trabajo decente?

—Exactamente —asintió Brux Belladona.

El Gran Emperador suspiró. Se llevó la mano al mentón, en actitud pensativa; dio un par de pasos en círculo por el salón; y después se acercó a la puerta del mismo, abriéndola violentamente.

—¡Que alguien me traiga a Sore Matancianas! —gritó, en el mismo oído del guardia.

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