El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 57

57

—Esta es una operación delicada y de extrema importancia para el futuro del Mal —decía en ese momento Pati Zanzorn—. Queridos subordinados, en vuestras manos va a quedar la primera defensa de Kil-Kanan. Vuestra labor será malignamente heroica e irremplazable…

—Oiga. ¿Quién le ha hecho creer a usted que yo quiero hacer de «primera defensa de Kil-Kanan»? —rezongó el ilusionista mentiroso, mientras se frotaba la piel de los hombros e intentaba así librarse de la primera capa de purpurina—. Yo no quiero este trabajo, muchas gracias.

—Vuestra labor será malignamente heroica, irremplazable, y no voluntaria —completó el jefe de inteligencia, con sarcasmo—. A cada uno de vosotros, o a cada dos, tengo aquí el organigrama… no sé muy bien dónde está… en fin —revolvió sus papeles, pero como no encontró lo que buscaba se encogió de hombros y siguió—. A cada uno de vosotros os será asignada una de las aldeas, que van a quedar vacías. Hemos sido informados de que las tropas benignas planean rodear la montaña, y después enviar a sus equipos de servicios sociales a que peinen la zona. Por supuesto, se verán inmediatamente atraídos hacia las aldeas, que no sabrán que hemos evacuado…

—¿Quiere que nos quedemos en un condenado poblacho vacío a hacer de cebo para los servicios sociales? —barbotó el mentiroso—. ¿Se ha vuelto loco? ¡Pronto nos pedirá que nos sacrifiquemos por los demás!

—A mí esto tampoco me suena muy bien —comentó tímidamente otro de los magos, uno de los competentes.

—Por supuesto que no voy a pediros que os sacrifiquéis por los demás —intervino rápidamente Zanzorn—. Aquí se trata de que, o hacéis lo que os digo, u os corto la cabeza y luego echo vuestro cadáver al foso de las iguanas carnívoras.

—Bueno, eso ya es más razonable —aceptó el ilusionista competente. El resto movió la cabeza afirmativamente, y se elevó un murmullo de asentimiento; aunque el mentiroso siguió refunfuñando y haciéndose el ofendido.

—Si me dejáis terminar, os explicaré qué es lo que tenéis que hacer —prosiguió Pati Zanzorn—. Deberéis esconderos en las aldeas, y esperar a los servicios sociales. Una vez que estos lleguen, sin permitir que adviertan vuestra presencia, encantadlos, y hacedlos creer que la aldea sigue habitada, y que sus compañeros son soldados del Mal; lo que pretendemos es que se ataquen entre sí, y que haya tantas bajas como sea posible. ¿Entendido? —preguntó. Otro de los magos competentes levantó la mano—. ¿Sí?

—No sé hasta que punto eso es viable —protestó el hombre, cuando le dieron la palabra—. Lo de que parezca que la aldea está llena de gente, sí; pero lo que hacerlos creer que sus compañeros son malignos… incluso aunque cambiemos su apariencia, resultará muy sospechoso. Estarán muy confundidos si tienen a un lado a Razsjaad —para escenificar mejor su ejemplo, cogió del brazo a uno de sus compañeros, que como buen acólito maligno se lo tomó francamente mal y se zafó bruscamente de su agarre— y al momento siguiente este se ha convertido en un engendro demoníaco que quiere atacarlos. Yo desconfiaría.

—No habíamos pensado en eso —se desanimó Pati—. ¿No podéis hacerlo de alguna forma más convincente? No sé, ¿encantarlos para que se lo crean?

—Pues claro que no —se ofendió su interlocutor, cruzándose de brazos—. Somos ilusionistas, no hipnotizadores.

El resto de los magos volvió a asentir, y a intercambiar miradas airadas y llenas de resentimiento contra los estereotipos de su profesión.

—Esto puede ser un problema —confesó Pati Zanzorn, rascándose la cabeza.

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