El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 77

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Orosc, Cori y Adda se subieron cada uno a un oso gigante, mientras que Cirr prefirió probar suerte con el uniburón, que parecía haberse vuelto tan manso que ahora hasta se dejaba montar. Los cuatro salieron disparados cuesta abajo, en dirección a Valleamor; desde la lejanía podía verse cómo dos manchas, una blanca por el ejército del Bien y una negra por el del Mal, estaban enfrentadas una a la otra. Parecía solo cuestión de tiempo que comenzase la batalla.

—¡Esos idiotas! —maldijo Orosc a sus generales—. ¡Han ignorado todas mis órdenes y nos han metido en una situación desesperada…! Esto me pasa por tolerar a generales idiotas. Debí haberles cortado la cabeza a todos hace mucho tiempo.

—¿Y por qué no lo hicísteis? —quiso saber Cori.

—Porque entonces me habría quedado sin generales —gruñó Vlendgeron.

—¡Mirad! —los interrumpió Cirr. Cada vez se acercaban más al camino de Valleamor, pero todavía seguían en lo alto de la colina; y desde allí podían ver con un poco más de detalle lo que estaba ocurriendo abajo—. No sé qué pasa, pero no parece que estén peleando. Están… están…

—Están mirándose fijamente sin parpadear y sin hacer nada —completó Adda por él.

Cirr asintió.

—¡Por todos los diablos! —exclamó, tapándose la nariz con la mano—. ¡Y los efluvios benignos llegan hasta aquí!

Orosc se alzó un poco sobre los estribos de su oso para otear la distancia.

—¡No solo los efluvios benignos! —rugió, repentinamente furioso—. ¡También los malignos! Maldición, ¿qué están haciendo esos dos?

El fontanero-Consejero Imperial también aguzó la vista, y distinguió, al frente de los ejércitos del Mal, a Ícaro Xerxes Tzu-Tang, que efectivamente miraba sin pestañear a una jovencita que se había adelantado en el lado del Bien.

—¡Eh, es ese chaval! —lo reconoció—. Y esa debe de ser esa Marinina Criselefantina Amatoria Belladona. Pero ¿qué están haciendo?

—¡Destruirnos a todos, eso es lo que van a hacer! —ladró el Gran Emperador; pero un momento después se recompuso, y explicó a sus acompañantes—. Como ya sospechábamos, esos dos jovencitos poseen increíbles poderes para el Bien y para el Mal… Su bondad y su maldad respectivas son tales que pueden contagiar a otros, como esa Marinina hizo en Aguascristalinas, y como Tzu-Tang en el propio fuerte… ¡delante de mis narices! Soy un estúpido.

—Pero, entonces… —carraspeó Adda, que no entendía gran cosa.

—Sospecho que ambos están irradiando sus respectivos poderes para envolver al bando contrario, y atraerlo hacia el suyo —continuó explicando Vlendgeron—. Pero no parece que ninguno de los dos pueda vencer. Si siguen con esta táctica, emitiendo sus hipnóticas emanaciones incontroladamente, se producirá una sobrecarga que freirá el cerebro de todo el que se encuentre cerca; y, aunque eso encuadra a una pequeña parte de las tropas del Bien, también incluye a todos los seguidores del Mal, que han bajado del Fuerte siguiendo, sin duda, a Tzu-Tang igual que un burro sigue a una zanahoria. —suspiró, y se llevó una mano a la frente; y, después de esta corta interrupción, azuzó de nuevo a su montura—. ¡Vamos! ¡Tenemos que darnos prisa!

—¡Pero, jefe! —gritó Cirr—. Si bajamos ahora, ¿no nos freirán a nosotros también?

—Quizás —admitió el Gran Emperador—. Pero es lo único que podemos hacer; es nuestra última oportunidad de detenerles.

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