—El objetivo de la Computadora es precisamente conservar el bien, y la verdad y la paz y la justicia —señaló Godorik, enarcando una ceja.
—Eso es lo que os dicen —refunfuñó el doctor—, pero la Computadora ha cambiado mucho desde sus inicios. Si te molestases en estudiar algo de historia computadorial, verías que hace unos siglos el gobierno computerizado tenía mucho más en cuenta las necesidades de sus ciudadanos, y la libertad de expresión aún existía de verdad… no como ahora.
—Sí, sí, claro —bostezó Godorik, que tenía a Agarandino por un chiflado, y por tanto no se lo tomaba muy en serio.
—¡Hace doscientos años, la Computadora no ilegalizaba a los que se oponían a ella! —se alteró Agarandino—. Y ahora, es casi impensable hablar contra la Computadora en público, porque en seguida corres riesgo de que te declaren un conspirador y te encierren. ¿Vas a decirme que los tiempos no han cambiado… a peor?
—¿Es eso cierto? —se extrañó Godorik—. Yo habría pensado que la Computadora detenía a sus opositores desde sus inicios.
—En absoluto —gruñó Agarandino—. ¿Ves? ¡Ni siquiera conoces la historia! Y no sabes que ahora vivimos en una sociedad que, en comparación con la de nuestros tatarabuelos, ha visto recortados todos sus derechos y libertades…
—No será tanto —dijo Godorik, aunque ya no estaba tan seguro.
—¿Que no? —exclamó el doctor—. Te estoy diciendo que así es.
—Pero ¿cómo puede la Computadora haber evolucionado así? Por mucho que sea un portento técnico, y que su capacidad de cálculo supere a la de media ciudad junta, sigue siendo una computadora. No es capaz de volverse codiciosa, o de albergar maldad…
—Pero ¿y bondad? —barbotó Agarandino—. No es capaz de ser malvada, pero tampoco lo es de ser bondadosa. ¡Es una computadora, muchacho! No tiene las mismas motivaciones que tú y que yo, y no tenemos ni idea de lo que le pasa por los circuitos.