Godorik parpadeó un par de veces, y revisó la lista con la mirada, tratando de identificar algo que fuera extraño o fraudulento o inusual. Pero no vio nada.
—Uhm… ¿está falsificando números de patentes? —fue lo mejor que se le ocurrió.
—¿Falsificando números de patentes? —se sorprendió Merricat—. ¡Yo no estoy falsificando nada!
Godorik echó otro vistazo a la lista. Efectivamente, no parecía que Merricat hubiese falsificado nada. De hecho, estaba en pleno proceso de etiquetar un subgrupo de la lista… con aparente perfecta corrección.
Desconcertado, Godorik se volvió hacia su jefe.
—¿Qué demonios está haciendo usted aquí? —quiso saber.
El jefe de planta se mordió el labio inferior. Parecía ligeramente nervioso, lo que quería decir mucho más nervioso de lo que normalmente dejaba traslucir.
—Está bien —tosió, paseando fugazmente la mirada entre Godorik y Keriv—, me habéis pillado. Yo… uhm… por favor, no se lo digáis a nadie.
—¿Que no le digamos a nadie el qué?
—Vengo aquí a trabajar secretamente por las noches —confesó Merricat, en un susurro.
Keriv consiguió a duras penas aguantarse la risa.
—¿En serio? —dijo—. Pero si es usted el vago más redomado que jamás… perdone, jefe, pero es la verdad…
—¿Viene usted aquí a trabajar por las noches, en secreto? —se extrañó Godorik—. ¿Por qué? ¡Si se pasa las horas de trabajo mirando las musarañas!
—¡Pues por eso, por eso! —Merricat se llevó las manos a la cara, y fijó la vista en una de las esquinas de la habitación. Se estaba poniendo muy rojo—. Caballeros, no me queda más remedio que confesaros mi vergonzosa condición… soy adicto al trabajo.