—Dijiste que si vencía a vuestro jefe, sería mi turno de dirigir esta banda —habló al tal Coroles.
—Sí —contestó este, con una mueca siniestra—. Has vencido a Normas, así que ahora tú eres el jefe de la banda.
—Entonces, quiero que…
—No tan deprisa —sonrió Coroles—. Ahora me toca a mí desafiar al jefe de la banda.
Godorik frunció el ceño. ¡Así que aquel era el plan de aquel tipo!
—Qué ruin, Coroles —voceó uno en la primera fila. Un par de personas asintieron—. ¿No podías ganar a Normas, así que has usado a este tipo para quitarlo de en medio?
Coroles se volvió bruscamente hacia él.
—¿Tienes algún problema? —espetó, pero antes de que el otro pudiera contestar nada, le atacó con su brazo mecánico. El que había hablado recibió un golpe en la cabeza, y fue al suelo—. ¿Alguien más tiene algún problema?
—Yo tengo un problema, desde luego —bufó Godorik—. Que esta banda vuestra no respete las leyes de la ciudad, vale; ¿pero es que ni siquiera obedecéis las vuestras propias?
—No, las normas están claras —siseó Coroles—. Tú desafías al anterior jefe, y yo ahora te desafío a ti. ¿O quizás prefieres darte por vencido directamente? Aunque si es ese caso tampoco puedo garantizarte que vayas a salir de aquí con vida.
—¿Por qué crees que voy a ser una presa más fácil que este jefe tuyo? Acabo de vencerle.
—Eso es mi problema y no el tuyo. Vamos, ¿estás listo?
—Esto no está bien, Coroles —protestó otro; y pareció que iba a decir algo más, pero cuando Coroles dio un brinco hacia delante y lo miró con expresión amenazante, se acobardó y se calló.
—Vamos a ello —espetó entonces el contendiende.
Godorik, cauto, se puso en guardia. Todo aquello le daba mala espina.