—¡No me haga daño! —gimoteó.
—¡Deje de atacarme y dígame qué son estos malditos papeles! —tronó Godorik.
—¡Lo admito, son los códigos de las transferencias! —lloriqueó Gidolet—. ¡Le prometo que yo no quería hacerlo! ¡Sabía que estaba mal! Pero Mobilis estaba hundiendo a mi empresa con ese juego sucio, y…
—¿Qué es Mobilis? —quiso saber Godorik, cada vez más seguro de que todo aquello no tenía nada que ver con lo que él buscaba.
—¡La empresa rival! ¡Ellos empezaron todo esto! —gritó el hombre—. Ellos empezaron a alterar los datos de la Computadora con sus transferencias clandestinas, para aumentar el valor de sus activos y lograr más peticiones a través del servicio automatizado…
—Huh —musitó Godorik.
—¡… yo solo lo hice porque no quería que me hundieran! Sabía que estaba mal, pero… ¡por favor, no me delate! —pidió Gidolet, muy alterado—. ¡Me arruinará! ¡Destruirá mi vida! ¡Cerrarán mi empresa y a mí me meterán en la cárcel!
Godorik parpadeó, confuso.
—Alterar los datos de la Computadora es un crimen muy serio —respondió.
—Lo sé, pero… —gimió Gidolet, y de repente se le ocurrió otra cosa y abrió unos ojos como platos—. ¿No será usted de la policía?
—No soy de la policía —aseguró Godorik—. ¿Qué clase de datos alteraba usted?
—¡Nada importante! —lloró Gidolet—. ¡Nada que haga que me merezca esto!
—Dígame —pidió entonces Godorik—, ¿ha estado usted alguna vez en la oficina de patentes del nivel 14?