—Ah, no no no —se negó Godorik inmediatamente—. Ustedes váyanse. Yo ya seguiré mi camino.
Jonaso Carpola se detuvo de nuevo, y se dio la vuelta. Con el ceño fruncido, avanzó un par de pasos hacia Godorik y lo señaló con el dedo índice.
—¿Es usted una especie de justiciero enmascarado? —preguntó—. Aunque sin máscara, pero…
En ese momento, Godorik lo reconoció por fin. Era el mismo que, unos días antes, se había cruzado en una de las escaleras que llevaban al nivel 1. Esto lo desconcertó tanto que tardó un poco en reaccionar.
—¿Quién es usted? —exclamó, al fin. Pero entre su pregunta y la de Carpola había habido una extraña pausa, que sirvió para darle a este último ideas aún más raras.
—¡Es usted un justiciero! —gritó, repentinamente muy alegre—. Eso es justo lo que a esta ciudad le hace falta. La policía está podrida… pero ya lo sabrá usted mejor que nadie.
—No, yo… —protestó confusamente Godorik, que no sabía qué contestar.
—¿Cómo ha dicho que se llamaba? ¿Godorik? —siguió el hombrecillo, y sin esperar su aprobación le estrechó la mano vigorosamente—. Encantado de conocerle, Godorik, y muchas gracias por salvarnos. Que sepa que tiene mi apoyo y gratitud, y que puede contar conmigo en su cruzada para…
—¡Hey! ¡Hey! —lo detuvo al fin Godorik, al que aunque seguía sin saber muy bien qué responder a todo eso empezaba a parecerle que la cosa estaba yendo demasiado lejos— No se haga usted ideas raras. Ya le he dicho que yo solo pasaba por aquí. Y ahora, lo mejor será que se vaya, y si esos tipos vuelven a molestarle, que los denuncie a la policía.
—¡La policía! —gruñó Carpola, aún sin soltar la mano de Godorik—. Como si no hubiésemos ido ya a la policía. Pero bien, señor justiciero, no quiero entretenerlo más; tendrá usted mucha gente a la que salvar esta noche.
Por fin le soltó, y dándose la vuelta echó a correr junto con el tímido señor Querri. Godorik, anonadado, tardó unos instantes en recordar que aquel no era el mejor momento ni lugar para quedarse pasmado, y en desaparecer por su cuenta fachada arriba.