Manx abrió las fichas completas, y pasaron rápidamente de una a otra, hasta que Godorik los detuvo de repente.
—Ese podría ser —musitó, señalando a un tipo de cara rechoncha y bigote poblado.
—¿No estás seguro de que sea? —se extrañó Agarandino.
—No me acuerdo muy bien —admitió Godorik—. Sigue pasando, Manni.
Lamentablemente, el señor Severi Gidolet no fue el único cuya cara le resultó familiar a Godorik. Tras pasar unas pocas fichas más, apareció el señor Nicodémaco Gidolet, que también tenía una cara rechoncha (aunque un poco menos que el anterior), un bigote poblado, y una recalcitrante expresión de mala leche.
—Ese también podría ser —bufó Godorik, fastidiado. Por suerte, ninguno de los otros Gidolets vivos, ni tampoco el señor Gido Let, se parecían ni remotamente a lo que él recordaba; pero, entre esos dos, no sabía cuál le sonaba más.
—Si tuvieras mejor memoria para las caras… —le recriminó por lo bajo Manx.
—Calla, anda —gruñó Godorik—. Qué le vamos a hacer. ¿Dónde viven, y a qué se dedican, estos dos?
Manni siguió consultando los archivos. El señor Severi Gidolet vivía en el nivel 7, y trabajaba en el diagnóstico de problemas informáticos; el señor Nicodémaco Gidolet vivía en el nivel 3, y se dedicaba a algún tipo de comercio. Pero no se especificaba cuál; en general, su entrada en el registro era más bien parca.
—Son dos peces gordos —comentó el doctor, sorbiendo el café ruidosamente—. ¿Por qué querría ninguno de ellos sabotear la ciudad?
—No lo sé —admitió Godorik—. No sé por qué nadie querría sabotear la ciudad; pero hay muchas probabilidades de que uno de estos dos sea el que escuché hablar en el patio de la oficina. —miró a Agarandino, y después a Manni, y frunció el ceño—. Pero no puedo volver a la policía sin información, y menos después de lo que pasó la última vez. Creo que no me queda más remedio que investigarlos yo mismo.