Godorik, el magnífico · Página 189

—Intrusos que hemos encontrado en el almacén, espiando. Seguro que iban a robar o a… Se los llevamos al jefe.

—¿Espías? Estamos listos —respondió a eso Mitno, con cara de sarcasmo. Pero se apartó para dejarles pasar, y Map pasó junto a él con la nariz bien alta.

—Vamos —exhortó a sus prisioneros.

Entraron en el edificio. Tras la puerta se extendía un corto pasillo, que llevaba a unas oxidadas escaleras; y estas bajaban un par de metros, entrando en un semisótano oscuro lleno de cajas y falsos tabiques.

—Alguien debería limpiar esas ventanas —se quejó Edri, señalando los ventanucos cubiertos de polvo que constituían la única fuente de luz del lugar.

Coque gruñó.

—¿Dónde está el jefe? —preguntó a Mitno, que los seguía también.

—Uh, estaba discutiendo con Coroles —contestó Mitno.

Pasaron un par de los tabiques, y se encontraron con otra escalera, una que subía de nuevo y que los sacó del sótano y los dejó en una habitación a ras de suelo, más grande y mejor iluminada.

A un lado de esta, unas quince personas contemplaban la acalorada discusión entre dos hombres cubiertos de aparejos metálicos. Uno de ellos, que tenía un ojo artificial, piernas metálicas y lo que parecía un brazo telescópico extensible, gritaba «¡inútil!» al otro, de cráneo y brazos mecanizados.

—¡Pues hazlo tú, desgraciado! —chillaba este otro, lejos de dejarse intimidar.

—Uh, ¿jefe? —interrumpió tímidamente Map.

El del ojo artificial se volvió bruscamente.

—¿Qué pasa?

—Hemos encontrado a estos tipos dentro del almacén —dijo Map, señalando a Godorik y compañía—. Iban a robar, o a espiarnos, o algo.

—¡Ah! —exclamó el jefe, aún con una expresión de mil demonios—. ¿Qué son, de otra banda?

Cualquier otro lugar · Página 65

Ray rumió sobre todo esto durante otros pocos días. Finalmente, se decidió a hablar con Rosa y Capuleto. Capuleto, como ya había esperado, no se lo tomó nada bien.

—¿¡Cómo que nos dejas!? —bramó—. ¡Que nos deja, dice! ¡Que nos deja!

—Capuleto… —empezó Ray, pacificador.

—¡No puedes dejarnos así como así! —gritó el hombre, paseando nerviosamente por el reducido espacio de la autocaravana- ¿¡Crees que puedes simplemente venir y decir un día «me voy», y desaparecer!? ¿Qué crees que es esto? ¿Una pensión?

Dio un puñetazo sobre la mesa, y un vaso vacío que quedaba sobre ella botó peligrosamente. Fuera de sí, Capuleto pasó la mirada de Ray al vaso, y lo lanzó al suelo de un manotazo. El vaso se quebró en pedazos con gran estruendo.

—Capuleto, escúchame —pidió Ray.

—No, ¡escúchame tú a mí! —siguió gritando Capuleto, pasando por encima de los fragmentos del cristal roto sin prestarles atención, y acercándose tanto a Ray que este tuvo que dar un paso atrás—. Eres un maldito desagradecido. ¿Cuántos años…? ¿Qué habría sido de ti sin mí? ¡Nada! —bramó, hincando el dedo índice en el pecho de Ray—. ¡Nada! ¡Yo te enseñé todo lo que sabes! ¡Yo te busqué un lugar en el mundo! —bramó—. ¡Y ahora vienes tú a decirme que lo dejas!

Ray frunció el ceño, dolido.

—Sabes que te estoy muy agradecido por todo lo que has hecho por mí, pero…

—¡Pero! —lo interrumpió Capuleto de nuevo, dándose la vuelta y volviendo a pasear nerviosamente por la caravana—. ¡Pero! ¡Pero, pero! ¡Debí imaginarme que esto pasaría! —gritó, intercalándolo todo con una serie de maldiciones cada vez más subidas de tono—. ¡En buena hora se me ocurrió a mí criar un chaval!

Godorik, el magnífico · Página 188

Se detuvieron por fin frente a una portezuela metálica enmarcada en la pared trasera de un edificio. Map colocó la palma delante de una cajetilla oxidada que estaba pegada en el muro junto a la puerta, y esperó un momento.

No pasó nada. Map pareció frustrado.

—¿Qué pasa? —preguntó Coque.

—Otra vez no funciona —se quejó Map, y le dio un golpe a la cajetilla. Pero eso tampoco ayudó.

—No la rompas —advirtió Coque.

—Pero si ya está rota —gruñó Map, e ignorando la cajetilla empezó a dar sonoros golpes a la puerta, produciendo un «clonk, clonk» metálico que debió de oírse en todo el distrito. Una minúscula ventana que había un par de pisos encima de la puerta se abrió con un crujido; un hombre calvo se asomó durante medio segundo, pero en cuanto posó los ojos sobre los pandilleros despareció rápidamente y volvió a cerrar la ventana.

—No hagas tanto ruido, maldita sea —protestó Coque.

—¿Y qué quieres que haga? ¡Abrid, maldita sea!

Al fin, se vio una luz a través de la mirilla.

—¿Qué pasa? —se escuchó una voz ahogada detrás de la puerta.

—¡Soy yo, Map! —exclamó Map—. ¡Abre!

—Usa la cajetilla —contestó la voz, tras una pausa.

—¡Ese maldito trasto nunca funciona! —se quejó Map—. ¡Abre de una vez!

—Está bien, está bien —dijo la voz, pero un momento después se lo pensó mejor—. Dame el santo y seña.

—O abres la puerta, Mitno, o la reviento a balazos —perdió la paciencia Map.

Se escuchó un chasquido, y un momento después la puerta se abrió.

—¿A qué venís? —preguntó el tal Mitno, que tenía implantado un ojo telescópico—. ¿Y quién es esa gente? Deberíais estar vigilando el almacén.

Cualquier otro lugar · Página 64

—Sí, y como acabo de decir, no me hago más joven —repitió él—. No me malinterpretes; no es que mi carrera sea como las del deporte de competición en las que eres viejo a los veinte. Puedo seguir haciendo esto mucho tiempo; pero es cansado, y tarde o temprano tendré que buscarme otra cosa que hacer… y, la verdad, este es un momento tan bueno como cualquier otro.

Nina lo miró fijamente por un rato.

—Ray… dijo al fin—. ¿Estás seguro de esto? No quiero que, por mi culpa, tomes una decisión de la que luego tengas que arrepentirte.

—Lo sé. No te preocupes. Llevo dándole vueltas a esto un tiempo. —tomó la cabeza de ella entre sus manos, y le besó la frente—. Quizás hasta te esté usando como excusa para cambiar de vida. ¿Qué te parece eso?

—Eso me inquietaría mucho menos que lo contrario —rió ella.

—Tengo que hablar con Capuleto, de todas maneras. Y… no sé quién se molestará. Aún no te prometo nada, Nina.

—Entiendo. Pero, si te quedas en París… vendrás aquí, ¿verdad?

—No quiero invadir tu casa —protestó él.

—Ya es tarde para eso —se burló ella.

—Eso es distinto —insistió él, serio—. No quiero imponerme.

—No es ninguna imposición —replicó ella—. Ray, me encantaría que vivieras conmigo.

Él le dirigió una mirada enigmática.

—Quizás —dijo—. Quizás no. Como he dicho, aún no puedo prometer nada.

—En cualquier caso —zanjó ella—, si dejas el circo, te quedarás aquí, al menos hasta que encuentres otra cosa.

—Eso te lo agradeceré —cedió él.

—Entonces…

—Pero no empieces a hacer planes aún —advirtió una vez más.

Godorik, el magnífico · Página 187

—¡Claro que no! —se rió el pandillero, aunque un momento después se vio obligado a admitir—. Bueno, sí, sí que funciona así, pero solo si eres un miembro de la banda. ¡Lo contrario sería ridículo!

Edri, contrariada, empezó a refunfuñar.

—Mira, da igual —se exasperó Godorik—. Llevadme ante vuestro líder de todas maneras. Tenemos un par de cosas que discutir.

—Callaos todos de una vez —dijo Coque, dándole un pescozón al pobre Ran, que era el único que aún no había dicho nada—. ¿Qué vamos a hacer con ellos?

—Uh… pues… —contestó otro, el que seguía apuntando infructuosamente a Godorik, que parecía cada vez más frustrado de ver que este le ignoraba—. Supongo que tendremos que llevarlos ante el jefe.

Edri abrió la boca. Godorik alargó el brazó, y se la tapó tan rápidamente como pudo.

—Bueno, está bien —asintió Coque; y se volvió hacia sus prisioneros—. El jefe os va a llenar de agujeros; ¡malditos espías!

Godorik se abstuvo de hacer más comentarios, y tampoco permitió que los hiciera Edri. Coque, Map y un par más de los pandilleros se pusieron en marcha, y siguiendo la Tubería los guiaron un par de calles más allá.

—Esto va a acabar mal —mascullaba Ran por lo bajo—. Sabía que no teníamos que haber llamado a este idiota; no tiene ni idea de…

—Me estoy metiendo en problemas por vosotros, así que menos quejarse —le espetó Godorik, exasperado. Se volvió hacia los Beligerantes, y cruzándose de brazos preguntó—. ¿Dónde vamos exactamente?

—A ver a nuestro «líder»; ¿no era eso lo que querías? —farfulló Coque—. Qué tipo más raro.

Cualquier otro lugar · Página 63

6. Ray toma una decisión

 

Las navidades se fueron tan rápidamente como habían venido, y Año Nuevo pasó también en un abrir y cerrar de ojos. Ray pasaba ahora prácticamente todo su tiempo libre en casa de Nina, y los dos estaban enamorados y eran tan felices como podían serlo… excepto por una cosa.

—Nina —empezó un día Ray, cuando los dos estaban tumbados en el sofá.

—¿Qué pasa, Ray?

—El circo se va pronto —musitó él.

Ella abrió los ojos.

—¿Cuándo? —preguntó.

—El lunes que viene —bufó él—. A Nantes, creo, o a sus alrededores.

—¿Tienes que irte? —dijo ella, con voz temblorosa.

—Sí —contestó él, tras un momento—. Sí.

Nina se acurrucó contra él, desconsolada.

—No quiero que te vayas —sollozó—. Ojalá no tuvieses que irte. Cómo me gustaría que pudieses quedarte aquí, conmigo… vivir aquí conmigo.

—A mí también me gustaría —murmuró él, deprimido.

Permanecieron abrazados un rato más. De repente, Ray soltó:

—En realidad… no tengo por qué irme.

Nina levantó la cabeza y lo miró con ojos muy abiertos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.

—No tengo por qué irme con el circo si no quiero —explicó él—. Podría dejarlo, y quedarme aquí, en París, contigo.

—Pero Ray, si es tu trabajo —exclamó ella.

—Sí —asintió él—, sí que lo es… Pero siempre puedo cambiar de trabajo. —suspiró—. No es una idea tan peregrina como suena. Al fin y al cabo, no me hago más joven.

—Tienes veinticinco años —protestó Nina.

Godorik, el magnífico · Página 186

—¿Cómo se ha subido al tejado?

—¡Baja o disparo! —exclamó alguien, apuntándolo con otro rifle.

Tomándose su tiempo, Godorik flexionó las rodillas. Saltó del tejado, y aterrizó limpiamente en el centro del grupo de pandilleros.

—¿Se puede saber de qué vais? —dijo.

Desconcertado, el del rifle volvió a apuntarlo a toda prisa.

—¿Eh? —dijo alguien.

—Con esas pintas tan ridículas, armados hasta las cejas y vigilando un almacén. ¿Qué se supone que estáis haciendo?

—¿Y a ti qué te importa? —preguntó alguien—. ¡Levanta las manos o disparo!

Godorik siguió sin inmutarse.

—Llevadme ante vuestro líder —dijo.

—¿Qué le pasa a este tío? —comentó alguien más.

En ese momento apareció Coque, aún haciendo avanzar a Ran y a Edri a punta de pistola.

—Aquí están los dos intrusos —dijo, antes de darse cuenta de que Godorik estaba de repente en medio de todo—. ¡Eh! ¡Este es el otro!

—¡Ay, no! —se lamentó Edri—. ¿Cómo has conseguido que te pillen tan rápido?

Godorik tosió sonoramente.

—He dicho «llevadme ante vuestro líder» —repitió.

Pero los Beligerantes parecían algo confundidos.

—¿Qué dice?

—¡Ja! ¡Zas, estáis en problemas! —saltó, por supuesto, Edri, que parecía incapaz de mantener la boca cerrada cuando se ponía nerviosa—. ¡Este es Godorik, el justiciero! ¡Ahora derrotará a vuestro cabecilla y se convertirá él mismo en el líder de la banda, y ya veréis!

—¿De qué hablas? —dijo Map—. Eso no funciona así.

—¿Cómo que no? —se extrañó Edri—. Pero Mendolina dijo…

Cualquier otro lugar · Página 62

—Nina, por favor, no llores más. No quería lastimarte, entiéndelo. Olvida todo lo que he dicho, ¿vale? Yo solo me preocupo por ti, y… pero no llores, no llores. Haz como si no hubiera dicho nada.

Nina asintió, con la cara escondida entre las manos. Él pareció un poco más aliviado.

—¿Todo está bien, entonces? —preguntó.

Ella asintió una vez más, aún sin mirarlo.

—Déjame, por favor —dijo.

Jean quiso decir algo más, pero no se le ocurrió qué. Tímidamente, le dio a su prima un par de asustadas palmaditas en la espalda, y después se dio la vuelta y salió del baño. A la salida, Ray y él intercambiaron una mirada durante un instante, pero solo fue suficiente para hacer preguntarse al primero qué demonios le habría pasado al primo de Nina para parecer de repente tan agitado.

En el interior del baño, Nina se secó cuidadosamente las cuatro lagrimitas que había conseguido derramar.

—Ah, querido Jean —dijo para sí, mientras se lavaba las manos y volvía a retocarse el maquillaje—, te queda mucho por aprender.

Godorik, el magnífico · Página 185

Edri entendió esto como su última oportunidad; y no se le ocurrió otra cosa que empezar a imitar discretamente el ruido que hacían los ratones. Lamentablemente, o Edri no había visto un ratón en su vida, o no era muy buena imitando sonidos, porque el resultado no fue especialmente convincente.

Godorik, ahora sí, se llevó las manos a la cabeza.

Los dos Beligerantes intercambiaron una mirada, y avanzando a paso ligero descubrieron a los dos intrusos escondidos entre las cajas sin perder otro momento.

—¡Te lo dije! ¡Espías! —exclamó Map.

—¡Salid de ahí, bastardos! —gritó Coque.

—¡Godorik! —chilló Edri.

—¡Ahí hay otro, Map! —vociferó entonces Coque, en cuanto vio a Godorik a través de la ventana—. ¡Avisa a los de fuera!

Map echó a correr, mientras Coque intentaba apuntar simultáneamente con el rifle a Ran y a Edri, y a Godorik. Como eso no era posible, en cuanto Ran hizo ademán de adelantarse para quitarle el rifle, centró su atención en ellos dos.

—¡Moveos! ¡Salid de ahí detrás, vamos! —ordenó, y después gritó a Godorik—. ¡Y tú, no se te ocurra hacer nada!

—Escucha, todo esto es un malentendido —dijo Godorik, viendo que la cosa iba de mal en peor—. No estamos aquí para…

Pero el tal Coque no le escuchaba; en su lugar, condujo a Edri y a Ran a través del almacén, hacia la salida.

—Godorik, ¡haz algo! —seguía chillando Edri.

Godorik suspiró. Se bajó momentáneamente del contenedor de la basura, pero luego se lo pensó mejor; volvió a subir de un salto, y de ahí brincó al tejado del almacén. De un par de zancadas, llegó al otro extremo, desde donde podía ver lo que hacían los hombres de la entrada. Algunos de ellos habían entrado en el almacén, otros se disponían a rodearlo para (o eso presumía) atraparlo también a él.

Carraspeó.

—¡Ahí está! ¡Ese es! —gritó Map, después de sobresaltarse y mirar hacia arriba.

Cualquier otro lugar · Página 61

—Supuse que era algún… bueno, alguien que habías conocido en la universidad —explicó él—. No es que me pareciera una idea excelente, pero aún así… hay una diferencia de clase, Nina, que… ¿Cómo sabes que ese hombre no es peligroso?

—¿Peligroso? ¿Por qué iba a ser peligroso?

—Bueno, Nina, esa gente… Escucha, tú sabes que a mí no me gusta hablar mal de nadie, pero hay gente que no es siempre la compañía más recomendable. ¿Quién sabe lo que ese hombre podría pretender?

—¿Y qué lo diferencia de cualquier otro que podría haber conocido en la universidad? —dijo ella—. Sinceramente, Jean, no te entiendo.

—Nina, yo solo quiero tu bien —la urgió él—. Y no creo que tus padres…

Pero de improviso ella torció el gesto, y lo interrumpió con un sollozo.

—¿Cómo puedes decirme esas cosas? —le reprochó—. ¿Qué he hecho para que me trates así?

—Nina, no llores… —empezó él, muy incómodo.

—¿Y ahora vas a ir a chivarte a mis padres? —siguió no obstante ella, con las lágrimas cayéndole por las mejillas—. ¿Por qué me haces esto? Yo pensaba que tú… yo pensaba que tú me apoyabas, Jean, y no que vendrías a censurarme y a reprenderme a la primera oportunidad.

—Nina, yo no… —titubeó su primo, que no sabía cómo hacer que ella dejara de llorar; y al cabo de un momento cedió, fastidiado—. No le diré nada a tus padres… no te preocupes.

—¿Es que no puedo nunca hacer lo que quiera? —continuó sollozando Nina, como si no le hubiera oído—. Tú haces lo que quieres, Jean, y yo no te digo nada, y te ayudo cuando me lo pides. ¡Y ahora me haces esto!