Godorik, el magnífico · Página 194

—Dijiste que si vencía a vuestro jefe, sería mi turno de dirigir esta banda —habló al tal Coroles.

—Sí —contestó este, con una mueca siniestra—. Has vencido a Normas, así que ahora tú eres el jefe de la banda.

—Entonces, quiero que…

—No tan deprisa —sonrió Coroles—. Ahora me toca a desafiar al jefe de la banda.

Godorik frunció el ceño. ¡Así que aquel era el plan de aquel tipo!

—Qué ruin, Coroles —voceó uno en la primera fila. Un par de personas asintieron—. ¿No podías ganar a Normas, así que has usado a este tipo para quitarlo de en medio?

Coroles se volvió bruscamente hacia él.

—¿Tienes algún problema? —espetó, pero antes de que el otro pudiera contestar nada, le atacó con su brazo mecánico. El que había hablado recibió un golpe en la cabeza, y fue al suelo—. ¿Alguien más tiene algún problema?

Yo tengo un problema, desde luego —bufó Godorik—. Que esta banda vuestra no respete las leyes de la ciudad, vale; ¿pero es que ni siquiera obedecéis las vuestras propias?

—No, las normas están claras —siseó Coroles—. Tú desafías al anterior jefe, y yo ahora te desafío a ti. ¿O quizás prefieres darte por vencido directamente? Aunque si es ese caso tampoco puedo garantizarte que vayas a salir de aquí con vida.

—¿Por qué crees que voy a ser una presa más fácil que este jefe tuyo? Acabo de vencerle.

—Eso es mi problema y no el tuyo. Vamos, ¿estás listo?

—Esto no está bien, Coroles —protestó otro; y pareció que iba a decir algo más, pero cuando Coroles dio un brinco hacia delante y lo miró con expresión amenazante, se acobardó y se calló.

—Vamos a ello —espetó entonces el contendiende.

Godorik, cauto, se puso en guardia. Todo aquello le daba mala espina.

Cualquier otro lugar · Página 70

—Lo siento —dijo—. Debería… supongo que debería habérselo dicho hace ya tiempo.

—No creo —contestó él, que no se sentía ofendido en lo más mínimo—. Por lo que me imagino de tus padres, no pienso que la idea vaya a hacerles mucha gracia.

—Pero, Ray —insistió ella—. Me siento mal por ello… es como si me avergonzase de ti, y no es así. —exhaló un suspiro, y tomó una decisión—. Ahora, cuando vengan, se lo diré.

Ray frunció el ceño.

—¿Estás segura? —dijo—. Puedo salir a la calle a dar una vuelta. No tienen por qué saber qué estoy aquí.

—Ray, eso estaría mal —contestó ella—. No puedo permitirlo.

—También puedo esconderme debajo de la cama —sugirió él—. Sinceramente, hay algo en todo esto que me da mala espina.

—¿Qué te da mala espina? Solo son mis padres.

—Discúlpame —dijo él, aún con el ceño fruncido—, pero creo que debajo de la cama estaré bien.

Ella lo miró con estupor.

—Lo mejor será que no les digas nada antes de tantear un poco el asunto —afirmó él—. Nina, lo último que quiero es crear problemas.

—¿En serio piensas esconderte debajo de la cama cuando vengan mis padres? —exclamó ella.

Pero no hubo manera de convencerlo de lo contrario. Cuando llamaron a la puerta, Ray desapareció en el dormitorio, y Nina no pudo menos que imaginar que efectivamente se había escondido debajo de la cama.

—Hola, mamá. Hola, papá —los saludó, dándole un beso a cada uno. Ellos hicieron lo mismo, y después de que les hubo ofrecido un café (lo cual, como Jean ya había señalado, hacía siempre con todos los visitantes), se sentaron todos a la mesa, en una pequeña estampa de reunión familiar.

Godorik, el magnífico · Página 193

—¡Ja, ja, ja! —se echó a reír este—. Pardillo.

El pobre Godorik se vio impulsado hacia atrás. Cayó al suelo, mientras forcejeaba por quitarse aquella mano electrónica de encima. Finalmente lo consiguió, pero solo un momento antes de que el jefe de los Beligerantes, que había vuelto a acercarse, se abalanzara sobre él.

Rodaron por el suelo, intentando noquearse mutuamente. El jefe seguía farfullando, y jactándose, a la vez que lanzaba puñetazos a diestro y siniestro; pero nadie escuchaba realmente lo que decía. Aprovechando la fuerza que le proporcionaba su cuerpo mecánico, Godorik tomó impulso rodando sobre su espalda, y consiguió tirar a su adversario de cabeza al suelo al mismo tiempo que se incorporaba.

El otro se levantó también, gruñendo algo ininteligible. Godorik, que ya había comprobado cómo se las gastaba, no esperó a que se recompusiera; saltando hacia él, le dio una patada en el estómago con toda la potencia de su pie metálico.

—¡Ugh! —barbotó el jefe, tambaleándose.

Intentó atraparlo de nuevo con su brazo telescópico, pero Godorik lo esquivó. Saltó hasta el techo, evitó por los pelos pegarse un golpe contra este, y se tiró contra el jefe, devolviéndolo al suelo.

El jefe le pegó también una patada con su propia pierna mecánica. Godorik casi salió despedido de nuevo, pero logró sujetarse al otro. Después de otro corto forcejeo, consiguió ponerse a su espalda y rodearle el cuello con los brazos, y mantenerlo así en una llave hasta que su adversario perdió el conocimiento.

Lo soltó un momento después, sólo tras asegurarse de que realmente estaba inconsciente. Entonces miró a su alrededor, encontrándose con caras de incredulidad, y se temió que toda aquella gente fuese a atacarlo en un momento.

Pero no; alguien exclamó «¡hala!», pero nadie se movió.

—Que se ha cargado al jefe de verdad —comentó alguien más.

Godorik decidió aprovechar la oportunidad.

Cualquier otro lugar · Página 69

7. Los señores Mercier entran en escena

 

Nina consiguió hacer que Ray cambiara de opinión; y tanto que lo consiguió. Ray encontró trabajo muy pronto, concretamente, en la pizzería de Tony Altoviti; pero, bien entrado febrero, seguía viviendo en el apartamento de Nina, y empezaba a desistir de intentar convencerla de que debía marcharse. El lugar era pequeño, pero ningún lugar es demasiado pequeño para dos jóvenes enamorados, e incluso cuando Nina comenzó a agobiarse por la presión de aprobar los exámenes de su último año de universidad no notaron la estrechez. Ray estaba satisfecho trabajando para el guasón de Altoviti, y la rutina no parecía aburrirlo; Nina, cuya vida también había cambiado un montón desde el mes de diciembre, estaba feliz. Incluso Jean pasó a visitarlos un par de veces, y mantuvo la boca cerrada sobre todo lo que había dicho en la fiesta de Navidad; hasta pareció que, con el cambio de ocupación de Ray, la cosa empezaba a parecerle mucho más aceptable.

Entonces, un día, llamaron al teléfono.

—Hola, mamá —contestó Nina—. ¿Cómo estás?

La señora Mercier, al otro lado de la línea, dio una respuesta genérica, y ambas mantuvieron una conversación estándar durante unos minutos.

—Dime, hija —empezó entonces la señora Mercier—. ¿Estás ocupada?

—No —contestó Nina—. ¿Por qué?

—Tu padre y yo necesitamos hablar contigo de un asunto —anunció su madre—, a solas. ¿Tienes invitados ahora mismo, o podemos ir a verte?

Nina echó una ojeada a Ray, que estaba al otro lado de la habitación. Aún no le había dicho a sus padres que vivía con él, y, a decir verdad, no había tenido intención de hacerlo pronto.

—No —mintió, al fin—. Venid cuando queráis. Quizás… yo también tenga algo que contaros.

Cuando colgó, miró a Ray con expresión contrita, como si se disculpara.

Godorik, el magnífico · Página 192

—Eres un bastardo —le contestó el otro, incómodo.

—¿Te atreves a enfrentarte a él… o no?

El jefe tardó un momento en contestar. Echó una ojeada casi imperceptible al resto de miembros de la banda allí reunidos, y pareció que barajaba sus posibilidades.

—¡Por supuesto que me atrevo! —bramó de repente, un largo segundo después. El tal Coroles apenas pudo disimular una sonrisa triunfal—. ¡Ven aquí, justiciero! Voy a demostrarte por qué este nivel es mío.

—¿Qué acaba de pasar aquí? —farfulló Godorik para sí, y luego se dirigió al jefe en voz alta—. No tan deprisa. ¿Y qué ocurrirá si gano yo? ¿Tendré que derrotar después también al resto de tus matones?

—No, no —dudó el jefe—. Si ganas, pues…

—Si derrotas al jefe de la banda, ¡tú eres el nuevo jefe de la banda! —exclamó Coroles, sin dejarlo terminar—. ¡Esas son nuestras reglas!

—Pensé que esas solo se aplicaban a miembros de la banda —respondió Godorik, confundido.

—¿Qué más da? —perdió la paciencia el jefe—. Todo eso no va a pasar. ¡Ven aquí de una vez, advenedizo, que voy a partirte la cara en dos!

Godorik emitió un bufido, maldiciendo las circunstancias que lo habían llevado a meterse otra vez en algo que no tenía nada que ver con él. (En pocas palabras, maldiciendo a Edri y a Ran.) De un salto, se acercó de nuevo al jefe; los espectadores ensancharon un poco el corro que había en torno a ellos y Coroles, probablemente temiendo resultar heridos ellos también.

—¡Vamos, Godorik! —lo animó Edri; a ella y a Ran ya nadie les estaba hacendo mucho caso, así que se habían colocado en primera fila, como si aquello fuera una función de circo.

—Antes de empezar —carraspeó el jefe—, quisiera recordarte un par de normas de lucha que respetamos en nuestra banda…

Godorik acercó la cabeza para escuchar mejor; y de inmediato se encontró la mano telescópica del jefe en medio de su cara.

Cualquier otro lugar · Página 68

El jefe (o lo que es lo mismo, el jefe de pista, que era quien hacía de mandamás en aquel circo) no se quedó, en efecto, nada contento, pero al contrario que Capuleto no montó una escena. Demostró su desaprobación con palabras cortantes que sin embargo a Ray le resbalaron por completo; y, una vez que quedó zanjado que Pierre podía y quería sustituirlo, solucionando el problema de que se quedase un hueco vacío en el programa, se quedó con la conciencia tranquila, y no pudo pedir más. Tras llenar un par de bolsas de viaje con sus cosas, que no eran demasiadas, Capuleto y él orquestaron el equivalente a una despedida lacrimógena, que incluyó una gran cantidad de palabrotas y el destrozo de otra pieza de la vajilla.

—Os traeré una nueva taza antes del lunes —fue la última frase de Ray, en tono jocoso, antes de salir por la puerta con sus bultos a cuestas.

Se dirigió enseguida al apartamento de Nina. Esta pareció un poco sorprendida al verlo aparecer de repente con todas sus cosas.

—¿Has hablado con ellos? —preguntó, pues Ray no le había dicho nada antes de marcharse—. ¿Cómo ha ido?

—Tan bien como podía ir —admitió él, dejando las bolsas junto al sofá y sentándose—. Pero, bastante bien.

—¿Se han enfadado? —temió Nina.

—No —resumió Ray. Se echó hacia atrás, y al cabo de un momento agregó—. Nina, no me voy a quedar aquí mucho tiempo. En cuanto encuentre un trabajo me buscaré un piso.

—Lo que quieras —trató de no presionarlo ella, aunque secretamente dispuesta a hacerlo cambiar de opinión—. Tienes que hacer lo que te parezca mejor.

Después, como él no contestaba, y parecía perdido en sus pensamientos, añadió:

—Petardo.

—Petarda tú —le espetó Ray, intentando atraparla entre sus brazos; y acabaron lanzándose cojines y rodando sobre la alfombra.

Godorik, el magnífico · Página 191

—¿Es eso verdad?

Godorik exhaló un suspiro, y se eximió a sí mismo de contestar.

—Respóndeme —dijo, en su lugar—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Lo que estemos haciendo aquí no es cosa tuya —le espetó el jefe, sacándose una pistola del bolsillo con la mano no-telescópica y apuntando a Godorik.

—Guárdate eso —alcanzó a decir este, antes de que el hombre disparara. Con un movimiento brusco, se apartó a medias de la trayectoria de la bala; esta golpeó en uno de sus costados metálicos, rebotó, y fue a incrustarse en una de las esquinas de la habitación.

A la vez que el jefe intentaba por un segundo aclararse qué acababa de pasar, Godorik recuperó el equilibrio y se abalanzó hacia delante. Consiguió agarrar la pistola antes de que el otro se echase hacia atrás, y tras un forcejeo de medio segundo el arma se les escapó a ambos de las manos y cayó al suelo. El jefe intentó entonces alcanzar la cara de Godorik con su brazo telescópico, pero este fue lo suficientemente hábil para esquivarlo, y de un salto salió de lo que calculaba que era su radio de alcance.

Para entonces, el resto de miembros de la banda presentes estaban poniéndose las pilas.

—¡Pero no lo dejéis que ataque al jefe! —había gritado alguien, después de que la mayor parte de ellos hubieran pasado unos momentos en estupefacta inacción.

—¡Esperad! —intervino entonces el tal Coroles.

El jefe emitió un gruñido.

—El tipo es bueno —le espetó Coroles—. ¿Es que tienes miedo de enfrentarte a él?

—¡Yo no tengo miedo a nada!

—¡Pues entonces cárgatelo! ¡Venga! ¿No estabas diciéndome que eras tú el jefe de los Beligerantes?

Cualquier otro lugar · Página 67

—Pierre es muy joven —protestó Capuleto.

—Yo también lo era cuando empecé —Ray se encogió de hombros.

Se hizo un silencio incómodo.

—Hablaré con el jefe —dijo Capuleto al fin.

—No, lo haré yo —dijo Ray—. Esto es cosa mía. Tú no tienes por qué asumir la responsabilidad de lo que yo haga.

—Iremos los dos —insistió Capuleto.

—Gracias —suspiró Ray.

—Sigues siendo un idiota desagradecido —le espetó Capuleto, que aún tenía que demostrar que estaba herido en lo más hondo.

—Querido… —murmuró Rosa.

Ray soltó una carcajada.

—Tú también eres como mi padre, Capuleto —confesó.

Capuleto hizo un gesto despectivo.

—Vamos a hablar con el jefe —gruñó, y se dirigió hacia la puerta. Ray miró a Rosa antes de salir también.

—Gracias, Rosa —dijo.

—Cuídate —contestó ella.

Godorik, el magnífico · Página 190

—Pues… —dudó Map—. ¿Sois de otra banda?

—No —contestó Edri, ofuscada.

—Entonces, ¿para qué me los traes? Pégales un tiro. ¿No ves que tengo otras cosas de las que ocuparme?

—No tan deprisa —intervino Godorik—. ¿Eres tú el jefe de estos Beligerantes?

—¿Y qué si lo soy? —contestó este.

Godorik le echó una ojeada. Era un tipo de aproximadamente su misma edad, corpulento, con una barba poco cuidada y una cara de muy pocos amigos.

—No por mucho tiempo —gruñó para sí el del cráneo metálico.

—¿Qué has dicho, Coroles? —saltó de nuevo hacia él el jefe.

—Eh, nosotros mejor nos vamos —farfulló Map.

—¿Es que no te da vergüenza? —siguió Godorik, a lo suyo—. ¡Tener aterrorizado así a un nivel entero, atacando a las gentes de bien! ¡Hasta a las ancianitas que vienen de hacer la compra! ¿Qué os habés creído, que vivimos en una holofilmación? ¿Que esto son las Eras Oscuras?

—¿Se puede saber quién eres tú? —gruñó el jefe, tras un instante de desconcierto.

—Me llamo Godorik.

—Es Godorik, el Magnífico —apuntó Edri.

Godorik volvió la cara hacia ella, confuso.

—¿Qué?

—Eh, hay gente por ahí que lo dice —se explicó ella—. Hablan del justiciero-enmascarado-no-enmascarado que peina la ciudad por la noche, Godorik el Magnífico.

—Qué —repitió Godorik, estupefacto.

—¡En cualquier caso! —carraspeó Edri—. ¡Este señor es un justiciero que va a acabar con vuestro reinado del terror!

El público que contemplaba la escena estalló en risas mientras Godorik miraba a su compañera con expresión desencajada. El jefe de los Beligerantes le dirigió un guiño sarcástico.

Cualquier otro lugar · Página 66

Ray se dejó caer contra la pared y cruzó los brazos, muy frustrado. En ese momento intervino Rosa, que había estado observándolo todo apostada en la puerta del baño.

—Capuleto —dijo en tono suave, cogiendo su brazo—, Ray ya es un adulto, y tiene derecho a tomar sus propias decisiones. Sé que te duele, pero al menos escucha lo que te quiere decir.

Capuleto la miró con rabia, como dispuesto a estallar de nuevo; pero un instante después respiró ruidosamente y se volvió otra vez hacia Ray.

—¿Qué me quieres decir, muchacho? —preguntó.

Ray respiró hondo también.

—Capuleto, sé que has hecho mucho por mí, y te lo agradeceré siempre —dijo—. Pero… llevo pensado esto ya un tiempo, y necesito cambiar de aires; necesito hacer algo nuevo. Y he conocido a una chica, así que…

—¿Una chica? —gruñó otra vez Capuleto—. ¿Nos dejas por una chica?

Ray titubeó.

—Incluso si ese fuese el caso, ¿cuál sería el problema? —intervino de nuevo Rosa, en su misión tranquilizadora—. Querido, tu muchacho ya es un hombre, y tiene una vida. Tal vez se equivoque, y tal vez no, pero debes dejarle vivirla… ¿no crees?

Capuleto volvió a debatirse entre la ira y la frustración y la tentación de ceder a las palabras amables de Rosa, y al final resopló sonoramente.

—Eres como mi hijo —barbotó, en la dirección general de Ray—. El jefe no estará contento de que te marches así, de improviso.

—Lo imagino —contestó este rápidamente—. Pero Pierre puede sustituirme… e imagino que lo estará deseando, porque hace ya tiempo que quería tener un número propio.