—¿Muchos años de condena? —sugirió ella.
—¿Cuánto es eso, al cambio internacional? —siguió él, apoyando la mano en la barbilla en actitud pensativa.
Un momento después, los dos estallaron en carcajadas.
—Quizás sea mejor que intente hacerme pasar por acróbata profesional —Ray se encogió de hombros—. Eso tiene más visos de funcionar.
Nina soltó otra risita, y se llevó también la taza a los labios. Pero, al contrario que a su acompañante, a ella no lo quedó bigote.
—Una auténtica señorita —concluyó Ray.
—Te burlas de mí —lo acusó Nina.
—No, no; lo digo en serio.
Ella lo miró con expresión interrogante.
—Una auténtica señorita nunca permitiría que le creciera un bigote natoso —expuso él.
—¡Te burlas de mí! —repitió ella, riendo.
—Me burlo de ti —confesó él—, pero eres la persona más elegante que conozco.
—Entonces será que no conoces a muchas personas elegantes.
—Quizás, pero ¿cómo te ayuda eso a ti? —dijo él—. Sigue sin hacerte menos elegante.
—Tal vez pueda convencerte recordándote que hace unos días llamé a tu puerta cubierta de barro —sugirió ella.
Ray se echó a reír otra vez.
—¿De qué me hablas? —fingió, mirando hacia otro lado—. No recuerdo nada de eso. Debes de haberlo imaginado.
—Ray…
—Además, tengo que decir —siguió él, sin prestarle atención— que estoy seguro de que, aún en el improbable caso de que en algún momento llegase a verte cubierta de barro y llevando mi jersey como si fuera el mantel de una mesa camilla…
—¡Ray! —protestó ella.