El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 16

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En otro lugar del mundo, en una luminosa aldea situada en el corazón de los territorios del Bien, vivía un joven llamado Ícaro Xerxes Tzu-Tang. Ícaro Xerxes era un pobre huérfano cuyos padres habían sido miembros de la Resistencia, que se oponía a la omnipresente dictadura del Bien. Sus padre habían muerto en medio de la maligna misión de acabar con un bondadoso Sumo Sacerdote de la Benignidad, cuando accidentalmente el Bastón de Luz de este se había disparado y había absorbido y purificado el alma oscura de sus atacantes. El Sumo Sacerdote, horrorizado ante el hecho de haber acabado con dos vidas humanas, se había consumido de tristeza y había muerto también poco después; y el pequeño Ícaro Xerxes, que había sido encontrado poco después sollozando en el bosque cerca de donde había ocurrido el incidente, había sido entregado por las autoridades al orfanato local, regido por el alegre druida Félix Risabuena.

Ícaro había vivido diez años en aquel horrible orfanato que apestaba a ambientador de pino, en el que cada día le traumatizaba más que el anterior. A todas horas sus atentos cuidadores le obligaban a cantar estúpidas cancioncitas que hablaban de paz y felicidad; sus compañeros lo trataban con amor y respeto, y trataban de hacerse amigos suyos cada vez que se descuidaba; y por si fuera poco, en vez de permitir que se revolcara en el barro y fuese por ahí cubierto de harapos, no le quedaba más remedio que lavarse detrás de las orejas todos los días, y vestirse con ropas de su talla y colores alegres que el Gremio de Tejedoras hacía exprofeso con gran dedicación para donarlas al orfanato. Era un lugar infernal, en el que el pequeño Ícaro Xerxes no tenía ni un segundo de descanso; todo el tiempo tenía que estar alerta, porque si bajaba la guardia aunque fuese por un minuto, alguien se le acercaba e intentaba compartir con él sus cromos y sus canicas. Y eso no era todo; todos los días, después de comer la asquerosa bazofia hecha con alimentos sanos y ecológicos y cocinada sin sal ni grasas trans que servían en aquella institución, les forzaban a tragar un dulce, preparado con tanto cariño y esmero que Ícaro siempre tenía que hacer grandes esfuerzos por no vomitar.

Finalmente, Ícaro Xerxes escapó de aquel horrible lugar. Tras sufrir experiencias aún más espantosas, fue adoptado por el Gran Maestro Chen-Pang Tzu-Tang, un monje eremita experto en todo tipo de artes de combate que vivía en las Montañas Místicas de Mur-Humm.

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