El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 19

19

Orosc Vlendgeron se encaró con el recién llegado, furioso.

—¿Quién demonios eres tú? —bramó.

—Mi nombre es Ícaro Xerxes Tzu-Tang —contestó el joven, con toda la calma del mundo—. Vengo de las Montañas Místicas de Mur-Humm, para unirme a la causa del Mal. Estoy seguro de que podré seros de gran ayuda.

—Tenemos un conserje abajo que se encarga de estas cosas —gruñó Vlendgeron, que no las tenía todas consigo, y seguía mirando furtivamente hacia la ventana, como si esperase que la Sin Ojos apareciese levitando de un momento a otro—. Ahora, si me disculpas, estoy ligeramente ocupado.

—No lo entendéis —insistió Ícaro Xerxes—. Fui entrenado personalmente por el Gran Maestro Chen—Pang Tzu-Tang, de quien sin duda habréis oído hablar. Lamento portar las noticias de su muerte… —calló un momento, como si le costase controlar su emoción— pero el último refugio de Mur-Humm ha sido tomado por las fuerzas del Bien. Intenté evitarlo, pero…

—En realidad, no tengo ni idea de quién es ese señor —interrumpió Orosc.

—Yo sí —Cirr alzó una mano, un tanto tímidamente—. ¿No es ese maestro de artes marciales que discutió con el anterior Gran Emperador y se retiró a vivir como un ermitaño?

Vlendgeron miró desconcertado a su fontanero.

—¿Con Vingard? —preguntó, algo incrédulo—. Bueno, tengo a Vingard por alguien bastante razonable, así que si se peleó con él, sería… —sacudió la cabeza, como si intentase volver a lo importante—. En fin, la cuestión es que no tenía ni idea de que quedaba un refugio del Mal en Mur-Humm, así que es como si no se hubiera perdido nada. Ahora, ¿quieres bajar y hablar con el conserje, por favor?

—Señor, traigo información sobre las fuerzas de la Benignidad —siguió insistiendo Ícaro, ignorando todo lo que Orosc había dicho—. Se fortalecen con cada día que pasa. Han reclutado a numerosos voluntarios para sus servicios sociales, y marchan en legión sobre las naciones conquistadas, rescatando niños, perros y alpinistas accidentados. Puedo hablaros largo y tendido sobre sus tácticas, puesto que las conozco bien; he vivido largo tiempo entre ellos, aunque no por propia voluntad. —tembló al recordarlo—. Sin embargo, los que atacaron el refugio de Mur-Humm fueron demasiados, incluso para mí; solo conseguí aniquilar a cinco de sus equipos de rescate, antes de tener que huir.

—Ya sé que los servicios sociales… —empezó Orosc, a punto de estallar—. Espera. ¿Has dicho que aniquilaste a cinco equipos de rescate?

—Podría haber destruido a algunos más —dijo Ícaro, encogiéndose de hombros—, pero pensé que era más sensato retirarme para poder traeros estas horribles noticias, y vivir para continuar la lucha otro día.

—¡Qué bárbaro! —exclamó Cirr—. ¡Cinco equipos de rescate!

—Hm —reflexionó Vlendgeron—. Bueno, creo que, después de todo, puedes sernos de utilidad. No tengo a mis órdenes muchos soldados capaces de aniquilar a cinco equipos de rescate, así sin más.

Calló un momento, pensativo. ¿Por qué la Sin Ojos había entrado en pánico ante la llegada de aquel joven? Quizás se había equivocado; o quizás se refería a otra cosa totalmente distinta. En cualquier caso, aquel chico parecía una buena adquisición, pese a su corta edad.

—Nada, Tang, bienvenido al Fuerte Oscuro de Kil-Kyron —continuó, haciendo un gesto grandilocuente—. Espero que disfrutes tu estancia entre nosotros y dediques todas tus energías a luchar contra el Bien que tanto despreciamos.

—Gracias, señor —a Ícaro Xerxes se le iluminó la mirada—. No os decepcionaré.

—Aquí, mi Consejero Imperial, el señor Mario Cirr, te dará un tour por el fuerte —dijo Orosc, señalando al fontanero—. Cirr, ¿serías tan amable?

—¿Qué? —saltó el fontanero, confundido—. Pero jefe, yo no…

—Gracias, Cirr —le interrumpió Vlendgeron, en un tono de voz que no admitía protesta.

Cirr se encogió de hombros, y, empezando a decir algo sobre tuberías, cogió al radiante Ícaro Xerxes por un brazo y salió de la estancia. Orosc Vlendgeron, después de echar un último vistazo a través de la ventana (por la que seguía sin verse rastro de Beredik la Sin Ojos), se sentó sobre su trono y empezó a tamborilear con los dedos, preocupado.

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